Tras su presentación en el SEFF, llega a la cartelera comercial el tercer largometraje del también productor Ibón Cormezana (Jaizkibel, The totemwackers), un melodrama familiar sobre el la culpa, el duelo y sus secuelas psíquicas materializado en el lastimoso periplo hacia el fondo del bombero que interpreta Roberto Álamo, padre viudo de una niña y hombre sufriente incapaz de sentir o distinguir emociones después de un trauma cuyo origen no revelaremos aquí por respeto al espectador con expectativas y ganas de sufrir aún más a su lado.
Vergonzosamente impúdica y esquemática en su deriva pornográfico-sentimental, Alegría, tristeza no escatima un minuto en subrayar o gritar a viva voz de lo que trata, a saber, de la vieja guerra entre escuelas psiquiátricas a la hora de tratar según que enfermedades mentales y, sobre todo, de los insondables caminos hacia la curación y la superación del bloqueo emocional impulsados por el nobilísimo sentido de la responsabilidad y una confianza infinita en el amor paterno-filial.
Para semejante viaje hacia la idealización curativa, Cormezana no escatima giros, revelaciones y azares sonrojantes y obliga a todos sus intérpretes, empezando por Álamo y sus tics pero salpicando también a un risible Gertrúdix y a un Casablanc con pinta de no estar creyéndoselo demasiado, a moverse en esa fina y peligrosa cuerda floja de la parodia. La red, por si acaso, ya la pone la música.