Poder social de las emociones

El poder condigno se obtiene mediante las amenazas al sujeto; el compensatorio, mediante recompensas

Los lectores de Pío Baroja recordarán la escena de Paradox, rey en la que este trata de convencer a un grupo a que le sigan en una rebelión, sin tener demasiado éxito en su proclama. Es entonces cuando le interrumpe un miembro de su equipo: "Mi querido Paradox, creo que se pierde usted en un laberinto filosófico-político-religioso. Déjeme que intente yo arengar a las masas". Y entonces es cuando empieza la conocida retahíla de "¿Os gustan las habichuelas?, ¿y el buen tocino?" ... que acaba por convencer a los indecisos. Dice John Galbraith que en el mundo hay tres poderes, cada uno de los cuales se apoya en un sistema específico. El poder condigno se obtiene mediante las amenazas al sujeto; el poder compensatorio, por el contrario, obtiene la sumisión mediante recompensas; y el tercero, al que llama condicionado, es el que se sustenta en el convencimiento, en la creencia, a través de la persuasión. Y si los dos primeros pueden parecer una transacción (en definitiva, el yo te doy, tú me das) el último recoge una categoría especial. Consigue el poder o manda aquel que convence al grupo (ya sea una nación, un Estado o un grupo de amigos o vecinos) mediante un sistema natural. Quienes se hallan sometidos lo pueden vivir hasta sin darse cuenta, tal es la capacidad de seducción que en ocasiones produce, aunque por lo general es una supremacía entendida y aceptada a la que puede aplicarse incluso el "efecto halo", que consiste en que, si nos gusta una persona, sobre todo por su aspecto físico, tendemos a calificarle con características favorables a pesar de que no dispongamos de mucha información sobre ella. Es un poder que se vive y sustenta subjetivamente.

Pero ¿cuál es el camino para esa creencia que lleva a aceptar el feudo como algo propio y casi espontáneo? ¿Cómo se llega a ese estado anímico? ¿Es el laberinto filosófico-político-religioso o son las habichuelas? ¿Qué nos empuja de manera natural y casi automática a aceptar la dependencia de otro, la razón o los sentimientos y emociones, es decir, la vida afectiva? La respuesta, aunque no guste a muchos que tienen una alta opinión de sí mismos, es que es esta última la definitiva. De ahí el poder social de las emociones, el tremendo y terrible poder. Aunque no lo parezca, no es la razón ni las razones quienes marcan el camino. Y de aquí deriva el número tan considerable de problemas que hay en la convivencia.

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