El fuste

Francisco Javier / Domínguez

Fernando Arrabal

Fernando Arrabal probó ayer el lechón de Los Pedroches y quedó encantado. Sin embargo, lo primero que hizo al llegar a Pozoblanco fue pedir una tortilla de patatas. Tortilla de esas que se quedan a medio cuajar, con la patata blanda y esponjosa. El reconocido autor vive en París y quizá por ello afirma que cómo se come tortilla de patatas en España no se come en ningún lado. Pidió la tortilla, que se la prepararon expresamente a él porque en la carta del hotel San Francisco no la tienen, pero avanzada la comida fue introduciéndose en los manjares de la tierra. La tortilla estaba buena pero lo que realmente le gustó fue el lechón. Le expliqué que se fríe en dos veces para que quede crujiente y con las distintas partes de la carne en su punto y quedó asombrado. En el norte se guisa o se asa -veáse el cochinillo segoviano- y en el sur se fríe, y de qué manera. Insisto por tanto en que el lechón sorprendió a Arrabal. O al menos eso creo porque su surrealismo hace que uno no sepa si va o si viene. Arrabal lo paso en grande en Pozoblanco, sobre todo cuando una aficionada vestida de flamenca le pidió un autógrafo y le dio a leer un poema que había dedicado a Morante. Don Fernando Arrabal le dijo que le había encantado la composición y la señora se fue más ancha que larga. Lástima que luego la corrida no respondiera a las expectativas. Todo eso ocurrió en las cercanías de la plaza de toros, donde se mezclaron gentes de gorrilla campera con intelectuales de primer nivel. Es lo que tiene la cultura de la fiesta, aunque haya quien la tache de barbarie.

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