La pica en flandes

Francisco Javier Domínguez

Taurinos

LA decepción es profunda para alguien que ama el toreo, como es mi caso. Tengo claro que no me voy a meter en camisas de once varas ni voy a analizar nada de lo ocurrido en los últimos días con la suspensión de la presentación de los carteles de la Feria de Mayo y con la ausencia de Finito de Córdoba después de 25 años de participaciones sin tregua. Todo eso lo solucionarán, para bien o para mal, los despachos A mí, lo que me duele son los tejemanejes de los taurinos, de la gente que mueve los hilos de algo tan grande y tan nuestro como el toreo. El sistema que controla el mundo del toro es pestilente y endogámico, incapaz de generar vías de reforma o aire fresco. Y como tal, morirá de consaguinidad o, lo que es peor, de inanición por el desinterés que provocan quienes están encargados de hacer de la corrida de toros algo emocionante: el mundo de sensaciones que debe ser y que, a día de hoy, vive oscurecido por toda la podredumbre que rodea a la Tauromaquia.

Desde hace meses llevo viendo cartelería para reclamar que los aficionados adquieran abonos para la Feria de Mayo. No sé si la campaña ha tenido o no éxito, pero interés, lo que se dice interés, no despierta, y menos con el conocimiento de los últimos acontecimientos. Y es que los taurinos se han acostumbrado a vender un producto que no se ve, que no se palpa. Tan seguros están del porcentaje de fieles que tienen como clientela que no se preocupan de mejorar. Y no lo digo por la empresa de Córdoba, cuyas gestiones conocidas son sangrantes, sino por el mundo del toro en general, que anda metido en un bucle al que sólo salvan el postureo y el glamour que sigue teniendo el toreo. Si no de qué se iban a seguir llenando las plazas.

Hoy más que nunca los aficionados caben en un autobús. Más que eso. Me atrevo a decir que los aficionados caben en un autobús del Imserso, dada la media de edad del personal taurómaco. Los jóvenes que se suman a esta pasión cada vez son menos y lo hacen al amparo de peñas y de los lobbies que se construyen. Juventudes taurinas varias que ven en su afición una forma de socializarse. Pero el nuevo público que va a los toros en busca de emociones singulares ya no existe. Ésta es la gran crisis de los toros. Siempre se ha repetido el mantra de la Fiesta en crisis, pero la diferencia con el pasado es que ahora es verdad. Tan cierto como que no hay relevo, tan cierto como que los taurinos pertenecen a un mundo tan singular que se está cargando su negocio.

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