La tribuna

ANTONIO Manuel RODRÍGUEZ RAMOS

Andalucía no es una región

EL pasado es irreparable. Lo vivido no puede deshacerse por más que nos duela. Ni repetirse por más que lo deseemos. Así funciona la dictadura del tiempo. Una ley natural que todos los seres irracionales acatan. Sólo los seres humanos cometemos la osadía de desobedecerla porque tenemos memoria y libertad para olvidarla o añorarla. Sólo el ser humano siente el daño nostálgico de no poder regresar a otro tiempo ya vivido. Y sólo el ser humano entierra sus traumas en los rincones más alejados de su cerebro. Sin embargo, la naturaleza nos diseñó anatómicamente con los ojos y los pies por delante. Las personas y los pueblos que sólo miran atrás y caminan de espaldas terminan tropezando y cayendo al suelo. Tan cierto como que las personas y los pueblos que sólo miran adelante y olvidan lo vivido, siempre tropiezan con la misma piedra. El pasado es irreparable. Por eso no siento un átomo de nostalgia. Ni quiero olvidarlo para entender el presente y caminar firme hacia el futuro.

José Rodríguez de la Borbolla es pasado. Por tanto, irreparable. No siento la más mínima nostalgia hacia su época de gobierno en Andalucía. Como tampoco quiero olvidarla. Hace unos días escribió en este mismo grupo. "Andalucía es la única región de España -porque Andalucía es una región, y no una nacionalidad histórica, diga lo que diga el Estatuto de Autonomía, que en eso no tiene efectos jurídicos- que tiene un sistema equilibrado de ciudades consolidado por la Historia, con mayúsculas". Una auténtico alegato por la "unidad nacional" de España. Más bien, un epitafio político de Andalucía escrito por el mismo que enterró nuestra memoria democrática más reciente. Por supuesto, sabe lo que dice y por qué lo dice. Ortega y Gasset ya escribió hace casi un siglo que la unidad de España sólo dependía del PSOE. Y no me importa que sea así y defienda el modelo territorial que estime oportuno, siempre que no lo haga a costa de Andalucía. Ni de los andaluces. De lo que conseguimos en la calle. Y en las urnas.

Nosotros no somos una región. Etimológicamente, la palabra alude a una porción territorial de un espacio, como región del cerebro. Es normal asociarla con los mapas físicos. Sólo se alude a región en los mapas políticos para referirnos a cada una de las divisiones que son cualitativamente iguales entre sí y subalternas a un todo único. Por eso el mapa político de la dictadura franquista hablaba de regiones. A años luz del que diseñó nuestra democracia. Con todos sus defectos, aportó un nuevo modelo territorial al constitucionalismo moderno fundado en una asignación diversa de competencias. El resultado final fue la convivencia de hasta cinco modelos de Estado: el de las comunidades autónomas históricas; el del resto de comunidades; el de las diputaciones; el de los fueros; y el de las diputaciones forales. Algunos son incompatibles entre sí. Las diputaciones son un resabio del centralismo y las instituciones menos democráticas del Estado. En la antípoda de algunas comunidades que incluso gozan de plena autonomía fiscal. La nueva ley del Gobierno central tiende a fortalecer las diputaciones, menospreciando al municipalismo y endosando el muerto de las competencias impropias a las comunidades autónomas. Ideológicamente, sólo les falta llamarlas regiones.

Dentro de ese mapa político, Andalucía es una comunidad histórica que hizo historia. Es la única que alcanzó el máximo rango jurídico dentro del Estado por sí misma. Con todos los respetos, no somos como Murcia que se hace llamar región para no ser confundida administrativamente con una provincia. Andalucía, más allá de la incuestionable dimensión de su memoria colectiva, exigió ser políticamente como las que más, condicionando la propia redacción de la Constitución, para ganarla después en las urnas soslayando todos los inconvenientes impuestos por los poderes de siempre. Fue el pueblo andaluz quien se ganó a pulso ser más que una simple porción territorial del Estado. Por eso, que un expresidente de la Junta de Andalucía nos llame región supone una afrenta directa hacia el pueblo que en el pasado decía defender. Quizá porque ejerció de gobernador de una colonia. Pero todo eso pertenece al pasado. Y es irreparable. Hace unos días mostré a un alumno de Derecho una foto en blanco y negro del 4 de diciembre de 1977 y le pregunté por el color de las banderas. Me contestó que eran rojas y amarillas. Con total normalidad. Por supuesto, desconocía qué ocurrió en esa fecha y la trascendencia jurídica y política de la misma. Un joven andaluz, como tantos otros, que no ha tenido oportunidad de sentir nostalgia ni de olvidar. Para él, también Andalucía es una región. A él no le podemos reprochar que esté traicionando la memoria del pueblo andaluz. Pero permítanme que sí se lo reproche a quien decidió enterrarla: Andalucía es una nacionalidad histórica, tal como dice el Estatuto de Autonomía, y no una región aunque lo diga el expresidente de la Junta de Andalucía.

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