Cultura

Muere a los 50 años Eduardo García, poeta de la emoción y el pensamiento

  • El escritor ganó el Nacional de la Crítica, el Antonio Machado o el Juan Ramón Jiménez

La literatura cordobesa perdió ayer a uno de sus más reconocidos integrantes: el poeta Eduardo García, brasileño de nacimiento, madrileño de crianza y cordobés de adopción, pues a esta ciudad llegó en 1991 y en ella escribió los libros fundamentales de su obra. El escritor y profesor, que el pasado verano cumplió 50 años de edad, murió a consecuencia de un cáncer contra el que luchó durante largos meses y deja a su espalda una obra muy premiada y que se encuentra entre lo más valioso de lo que han publicado hasta la fecha los autores de su generación en España. Ganador del Nacional de la Crítica en el año 2008 con su poemario La vida nueva (Editorial Visor), García, además de su obra literaria, desarrolló en Córdoba una intensa labor como profesor de Secundaria, donde impartió clases de Filosofía en diversos institutos. Muestra de la huella que deja en el ámbito educativo es el reguero de mensajes emocionados que dejaron ayer sus exalumnos en las redes sociales cuando corrió la noticia de su muerte. También fue Eduardo, además de lo ya dicho, un animador de la vida cultural cordobesa y era frecuente verlo en muchas presentaciones y actividades junto a su esposa, la exconcejal del PSOE y exdelegada de Cultura de la Junta Rafaela Valenzuela.

La labor poética de García, que regresó siendo a niño a Madrid tras pasar su primera infancia en Río de Janeiro, comenzó en la adolescencia y primera juventud y dio su primer fruto a comienzos de los 90, cuando, con 28 años de edad, dio a la imprenta una primera colección de poemas, que se tituló Paradoja del tahúr y que apareció en la colección Laberintos de Fortuna. Su primer libro de madurez se tituló sin embargo Las cartas marcadas, que apareció en 1995 y con el que consiguió el Premio Ciudad de Leganés. La obra de García ganó mayor repercusión sin embargo en 1998, año en el que llegó las librerías No se trata de un juego, un libro que ganó primero el Juan Ramón Jiménez y que, una vez publicado, se hizo con el premio Ojo Crítico de Radio Nacional, que distinguía al mejor volumen de un poeta joven en España, por lo que ya se aventuraba el brillante futuro del escritor.

Estas primeras obras, en las que ya se aprecia el intento de fundir poesía y pensamiento, se enmarcaban a grandes rasgos en la corriente de la poesía de la experiencia, dominante entonces. Pero con la entrada del siglo XXI la poesía de Eduardo García se abre a nuevas posibilidades y va cobrando un aroma intensamente propio. Esta nueva etapa arranca en el año 2003 con Horizonte y frontera, un libro muy ambicioso con el que gana el premio Antonio Machado en Baeza y en el que, bajo una mecánica realista, se esconde un logrado intento de atrapar ese espacio entre la vigilia y el sueño, entre el consciente y el inconsciente. Luego, tras este poemario, llegó el que sería su éxito más rotundo, un libro titulado La vida nueva con el que gana primero el Premio Fray Luis de la León y después el Nacional de la Crítica, siendo uno de los pocos poetas vinculados con Córdoba que ha logrado tan alta distinción. Del mismo ciclo que La vida nueva es Duermevela, aparecido en 2014, Premio Ciudad de Melilla y que fue el último poemario publicado en vida. De esta época son a su vez varias antología y en especial una muy querida para él y titulada Antologia pessoal. El libro apareció traducido al portugués en Brasil en el año 2011 y supuso para el autor una oportunidad de reencontrarse con sus orígenes brasileños a través de su propia obra.

La labor de García no queda ahí pues también dio a la imprenta el ensayo Una poética del límite, muy revelador de su forma de entender el arte, y el libro de aforismos Las islas sumergidas, que lo colocan como un maestro de este género. También es de justicia destacar el amplio magisterio de Eduardo sobre las generaciones de poetas que le siguieron, pues su ensayo Escribir un poema (publicado primero por la Escuela Fuentetaja y en 2011 por El olivo azul) se ha convertido en un manual casi que obligado para todo el que empieza a componer versos. Ahí se encuentran el Eduardo García poeta y el docente unidos en una misma pasión y en el mismo afán de construir. Y es que Eduardo fue al cabo eso, un constructor, de belleza, de vida, de pensamiento, cuyo legado queda y que Córdoba siempre deberá reivindicar como propio.

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