El Pozoblanco ha cambiado de entrenador y de estilo. Rosillo se ha pasado media vida en la cantera del Sevilla y le gusta que su equipo tenga el toque de la escuela hispalense. A Neva le interesaba sólo el resultado y jugar a lo Eibar: pelotazo va, pelotazo viene. Ésa es la diferencia.

La primera parte de los blancos fue de ensueño. Al minuto seis, el Pozoblanco subió una pelota que todos tocaron antes de llegar a Gervasio, cuyo tiro sacó un defensa rojinegro cuando la grada ya cantaba el gol. Ése fue el único disparo en los primeros minutos. Rondos, danzas y toques de lado al lado del campo. Parecía un equipo tan obsesionado en cuidar el balón que se olvidó de golpearlo.

Todo esto hasta que apareció Gutiérrez agitando la melena por la banda con el balón pegado a los pies. Tuvo dos ocasiones consecutivas y a la tercera la centró rematando de cabeza Juanmi, que mandó el balón allí donde se hernian los porteros. Juanmi es de esos tipos que desquicia a los entrenadores. Mide 1,61 y su fuerte, aunque parezca mentira, son los balones aéreos. Todos los entrenadores rivales dicen lo mismo cuando Juanmi marca de cabeza: ¡Cómo nos puede rematar el más pequeño!

Era el 35 cuando firmó el primero y tres minutos después, en el 38, hizo el segundo, éste con el pie aprovechando un fallo en cadena de la zaga cartayera, donde nadie se atrevió a despejar. El fútbol tiene mucho de broma. El Cartaya llevaba 300 minutos sin encajar un gol y en tres minutos recibió tres goles.

Además, en la primera parte sólo llegó una vez en una falta envenenada de Fajardo. En la segunda, el Pozoblanco sesteó tanto que el Cartaya escuchó sus ronquidos y se tiró arriba. Fajardo la sirvió en bandeja para que David marcara en el 53. De ahí hasta el final hubo nervios en el Pozoblanco y sueños alocados de un Cartaya que sólo llegó en el descuento en un error de Óscar Benito, que dejó el balón para que Mesa la pifiara. El Pozoblanco en el segundo período no fue ni la sombra del equipo brillante que fue en la primera.