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Promesas que no valen nada

  • La tímida bronca final con la que el público despidió a su equipo evidencia el hartazgo por la situación que atraviesan los blanquiverdes. La conjura de las diez finales, agua de borrajas.

El hastío y el desengaño se ha apoderado definitivamente de la afición blanquiverde. La sexta decepción consecutiva en casa provocó el hartazgo definitivo de los aficionados cordobesistas. Unos optaron por marcharse antes de tiempo, y así se evitaron el sufrimiento final de ver el enésimo ridículo de su equipo en los minutos finales, y otros se quedaron hasta el final. Entre estos últimos los hubo que pitaron para mostrar su descontento, aunque la bronca no sonó ni mucho menos atronadora. La mayoría de los hinchas del Córdoba se marcharon cabizbajos, enfadados y maldiciendo de mala manera y con groseras palabras la actitud y el desempeño de su equipo. Un calentón totalmente entendible porque hasta la fe tiene ciertos límites y, cuando semana tras semana, tu equipo incumple las promesas de revertir la situación faltan hasta los motivos más irracionales para no dar la espalda a la situación y pensar en otra cosa.

El sufrimiento tiene un límite y los blanquiverdes ya no pueden más. Semana a semana, la grada ha apoyado al equipo a pesar de los malos momentos que atraviesa. Con apenas mostrar un poco de actitud, el equipo ha salido aplaudido de su estadio, a pesar de que los resultados han sido una losa durante los tres últimos meses de la competición. Pero es que hasta cuando en actitud te superan...

Aferrados a la célebre frase del recordado Luis Aragonés de que los objetivos se definen en las últimas diez jornadas de competición, desde el vestuario blanquiverde han sido muchas las proclamas lanzadas durante la semana. Quedaban diez partidos y, aunque el equipo iba a la deriva, tocaba cambiar el chip y centrarse en sumar las mayores victorias posibles, porque mientras las matemáticas no digan lo contrario el Córdoba mantenía opciones de acabar alcanzando el objetivo del ascenso. El problema es que esas frases de aliento no se tradujeron ayer sobre el terreno de juego, que es donde todo vale. Y llega un momento en que las palabras, si no están respaldadas por hechos, quedan vacías de contenido y suenan a engaño.

En el partido de ayer, fue sintomático un mensaje que apareció en el videomarcador apenas transcurrido un cuarto de hora. La proclama animaba a la grada a empujar al equipo con todas sus fuerzas, a marcar el primer gol con el aliento incansable a su equipo. Como si hiciera falta pedir ese esfuerzo a la hinchada blanquiverde... Demasiado hizo el respetable con no abroncar a sus jugadores después de una primera media hora lamentable, en la que los mensajes que tildaban al partido de final quedaron enterrados por la actitud del equipo. Ni tensión ni ganas realmente sinceras de darle la vuelta a la situación. El problema no estaba en la grada, porque ahí cualquier atisbo de vida sobre el césped se premia con una atronadora ovación.

De hecho, cuando el equipo captó el mensaje en el descanso y cambió su actitud, no hizo falta que el videomarcador arengara a la grada. El Albacete sintió el calor de El Arcángel y el equipo recibió el empujón necesario para voltear el partido. Pero tras la tempestad de emociones... lo de siempre. Una incapacidad nula para manejar las emociones y recompensar a sus aficionados con una victoria que parecía más cerca que nunca.

Seis derrotas seguidas como local son demasiadas y el problema ya no es la bronca final, que debió ser mucho mayor. Lo verdaderamente grave es que el público empieza a desconectar de su equipo porque no atisba soluciones a corto plazo y porque está cansado de las decepciones que recibe. Y todo ello a pesar de que algunos prefieren no verlo. Ayer bastaba con empaparse de los comentarios de la afición enfilando la puerta de salida para darse cuenta de que el problema no es ya el enfado por la reciente derrota, sino el hastío ante las negras perspectivas. En la mano del vestuario está el volverse a ganar el cariño de su gente. A buen seguro que no hará falta demasiado para conseguirlo, porque a pesar de todo la afición blanquiverde es generosa para con su equipo. Pero hasta que eso suceda, los mensajes de unión y ambición que salen del vestuario seguirán sonando vacíos. Un puñado de promesas que no valen nada.

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