Córdoba - Barcelona · la crónica

Adiós sin lágrimas, ridículo histórico (0-8)

  • El Córdoba consuma su descenso a Segunda al caer de forma bochornosa ante un líder que lo avasalló en el segundo tiempo jugando sólo a medio gas.

El Córdoba se despidió por tercera vez en sus 61 años de vida de la élite. Lo hizo sin lágrimas, en una clara demostración de que el final llevaba ya mucho tiempo escrito. Lo hizo sin traumas, porque nadie dudaba de que el líder iba a asestar el golpe definitivo. Y lo hizo también sin honor, palabra que en los últimos meses se ha ido abandonando entre los profesionales de un club que va camino de firmar la peor temporada de su historia. No ya por el descenso a Segunda División, que podía entrar hasta dentro de lo lógico, sino por la forma en que éste llega. Hay muchas formas de decir adiós y este equipo eligió la peor. Sin dar la cara, sin hombría, siendo avasallado vílmente por un Barcelona que jugó a medio gas y, aún así, le dio para firmar la mayor goleada de un visitante en las 86 ediciones de la Liga. Basta decir que también es el resultado más duro nunca antes recibido por un conjunto blanquiverde al que sus aficionados, los pocos que osaron pagar por ver un entierro que estaba más que avisado, despidieron con pitos. Ni ese consuelo encontraron unos jugadores que, por lo que han hecho, tampoco lo merecían. Aunque quizás ni siquiera ellos sean los máximos culpables de que el sueño perseguido durante más de cuatro décadas se haya diluido en apenas diez meses. 

Porque quien los escogió para defender el escudo de un club que va más allá de la categoría en la que se encuentre el equipo, a buen seguro que no supo explicarles el sentimiento cordobesista. Ese que no pide a los suyos ganar, sino al menos intentarlo, con sus armas o con las que sea, pero morir de pie en el intento. Para arrastrar la camiseta y jugar con el orgullo de sus gentes, cualquiera es bueno. Porque para competir entre los mejores se necesita mucho más. Y si la falta de calidad es evidente, sobre todo cuando aparecen rivales que están a años luz como el Barça, lo que nunca puede mostrarse en cuotas inferiores a las del contrario es la entrega, el amor propio, el compromiso... Para luchar con una mínima opción de sobrevivir en la fauna de la élite, no basta con saltar al campo; también hay que demostrar que se quiere alcanzar el objetivo trazado, llevar en los ojos marcada esa sangre de que se quiere ir por él. Menos palabras y gestos de cara a la galería y más hechos, empezando por la implicación, que en algunos casos deja mucho que desear. 

En el Barcelona, todos creen que es posible ganar el título. Y a por él van de cabeza. Luis Enrique salió con todo, sin reservas, para tratar de encarrilar pronto el partido y pensar ya en la batalla ante el Bayern. Romero eligió más guerreros que artistas, sabedor de que en la lucha cuerpo a cuerpo las posibilidades de éxito son nulas. Florin y Bebé para inventar algo arriba, Fidel para poner algo de criterio en la medular y el resto con el primer reto de defender. El partido ya se dibujó desde el primer momento, con los blanquiverdes esperando en campo propio, dejando hacer en la lejanía a un líder al que eso de que el césped estuviera sequísimo le incomodaba a la hora de crear. Era poco más o menos el planteamiento que todos hubieran hecho, un plan que pudo romperse a las primeras de cambio con un envío de Alves que Neymar mandó a las nubes solo en el área pequeña. Era el minuto 2 y el Córdoba ya se había salvado de la primera. Y ese subidón inicial de que aún había algo que decir, permitió tres o cuatro salidas por los costados de Bebé, Edimar, Fidel y hasta Crespo que animaron al respetable. De momento, equilibrio dentro del desequilibrio. 

Pero como ha quedado demostrado durante todo el campeonato, la falta de definición, ese último pase es el que marca diferencias, no acompaña al colista. Todo lo contrario que a los azulgranas, que sólo rompían ese ritmo cansino cuando se aproximaban al área de Juan Carlos. Messi se topó con la pierna salvadora de Crespo y Edimar quitó un remate a bocajarro a Suárez antes de que Juan Carlos interviniera con éxito por primera vez tras una genialidad del argentino. Con el González vete ya sonando de fondo de vez en cuando, incluso con el marcador inicial aún inmóvil, el Córdoba aguantaba como podía, cada vez más cerca de su portería, cada vez con menos fuelle para salir. Y eso, ante un Barcelona que no te da opción a coger aire, que te va matando poco a poco, es una condena. Porque cuando las ayudas dejaron de llegar en tiempo y forma, la clase de los visitantes empezó a imponerse. Avisó Neymar con un remate al palo que luego sacó Crespo en el achique desde el lateral, y cuando el intermedio ya se adivinaba en el horizonte, Rakitic abrió la lata tras un nuevo pase a la espalda de la defensa de Messi. Fue el principio del fin. A partir de ahí ya no hubo historia. O sí, una teñida de azulgrana que no gustó un pelo al público, que antes de ver a su equipo tomar los vestuarios aún asistió al segundo tanto del líder, al que con muy poco ya le daba para tener encarrilado el choque. 

Estaba en el aire la duda de qué actitud tomaría el Córdoba ahora que todo estaba decidido, ahora que el descenso ya sólo era cuestión de minutos, ahora que las matemáticas ya no sostenían una mentira en la que alguno lleva tiempo balanceándose. Y, ¿para qué complicarse la vida? Optó por la misma fórmula que hasta ahora, esa que pasa por la indolencia, por la ley del mínimo esfuerzo, por dejarse arrastrar hasta el fango si es preciso. Y eso es un caramelo que el Barcelona no pasó por alto. Sin un afán desmedido, sólo con la inercia de su juego pausado, fue encerrando a los locales en su parcela para abusar de mala manera de ellos. Un gol en el primer minuto fue el comienzo de un calvario que sólo terminó con el pitido final. Los goles fueron cayendo con fruta madura mientras el equipo se dejaba ir, con los brazos ya no caídos, sino tocando el verde. Un ridículo espantoso, un bochorno inmerecido, sobre todo por una afición que incluso tuvo que pasar por caja para decir adiós a los suyos. Un Córdoba que se va de la élite como nunca hubiera imaginado: con la peor goleada de su historia y abucheado por su propia gente. Es duro, durísimo, pero es lo que hay. Ahora sólo toca levantarse y volver a mirar hacia adelante, buscando los culpables de la que sin duda es la peor campaña en seis décadas, una campaña de la que aún quedan tres episodios en los que, ya sería el colmo, agrandar este ridículo.

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