10 razones para comer en El Horno de Mel, el gastronómico del Palacio de Congresos de Córdoba
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El Horno de Mel se ha convertido en un espacio con identidad propia dentro del Palacio de Congresos de Córdoba. Si bien ambos se retroalimentan y complementan -como no podría ser de otra manera- el restaurante gastronómico, con el chef Julio Pérez al frente de los fogones, cuenta con una carta coherente y magníficamente ejecutada, que cumple de sobra con las expectativas del cliente en cada bocado. De los entrantes a los postres -a cargo de la conocida repostera Melbises Ceballos- es un ejercicio de lealtad al producto de la tierra, la creatividad y a la interculturalidad propia del lugar en que se encuentra. La experiencia del comensal la complementa una cuidada selección de vinos cordobeses, café premium, los panes artesanos del Obrador David Ruano y una exclusiva vajilla creada por los rambleños Ivanros, que transporta al cliente a la Provenza francesa.
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Cremosa, intensa y aromática. Los toppings de peras al vino tinto refrescan significativamente el resultado final y aportan un juego de texturas de lo más interesante.
Desde el primer sorbo, el gazpacho nos lleva directamente a una versión sofisticada y muy delicada del que se prepara en las cocinas de nuestras madres y abuelas. Un flechazo directo al corazón, con el punto salado de una excelsa anchoa del Cantábrico y que contiene la esencia de la huerta cordobesa.
Se diferencia de la ensaladilla clásica en nada y absolutamente en todo: desde la patata cocida en el caldo de las gambas, con el sabor inigualable que esto le confiere, hasta la tempura que es lo más parecido a morder la esencia de una nube en medio del mar. Gamba al cubo realzada con el crunch de los vegetales y la fruta.
Los buñuelos de bacalao son elaborados con la receta original gaditana. ¿El resultado? Una creación mucho más ligera, etérea y carente de grasa. La lactonesa de gambas añade un punto de jugosidad, que combina a la perfección con el sabor delicado del pescado blanco. Respecto a la croqueta, lo que más destaca es el efecto bomba en boca ¡Ojo! Hay que comerla de un sólo bocado y estalla en cuestión de segundos, los mismos que tardan el paladar y el cerebro en detectar la picada de salchichón ibérico que le da ese sabor característico a la roux.
Supera el concepto de tartar habitual. Es una coreografía de sabores, que invaden las papilas gustativas por igual. Ningún ingrediente opaca al otro, pero la mostaza a la antigua aporta ese toque a medio camino entre el ácido y el picante, que limpia el paladar y reduce la sensación untuosa de un pescado como el salmón.
Producto en estado puro, aderezado tan sólo con unas elegantes escamas de sal. La guarnición cobra tanta importancia y conlleva tanta o más técnica que la propia carne: pimiento frito en su punto justo, la salsa secreta de la casa, y unas patatas elaboradas en dos texturas con un final interno mantecoso y externo crocante.
Son un auténtico fin de fiesta, aunque son perfectamente válidas para un desayuno, merienda o brunch. Las tres opciones rezuman la factura neoyokina de su creadora, Melbises Ceballos. La tarta de zanahoria tiene un glaseado memorable, y un toque fresco y afrutado para no olvidar. Si algo destaca en el brownie es la calidad del cacao empleado, así como su ligereza, cualidad de la que carecen muchas elaboraciones similares. Y en lo que respecta al cheese cake, es justo decir que resulta cremoso y sorprendentemente suave, al margen del favorecedor contrapunto ácido que aportan los frutos rojos frescos.
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