Pasión en sepia

La nostalgia de las trabajaderas

  • Del recordado bar El Brasero, también evocado por nuestra memoria, salen y entran hombres fornidos. Sobre uno de sus hombros llevan liada una manta

  • Getsemaní cordobés en la Axerquía

Rafael Sáez Gallegos como capataz del paso de la cofradía de San Pedro.

Rafael Sáez Gallegos como capataz del paso de la cofradía de San Pedro. / Archivo Familia Sáez

Continúa la semana alimentándose de los recuerdos. Van y vienen. Como el viento de marzo. Se hace presente y al rato se esfuma. A momentos con fuerza y a ratos a penas es perceptible. En la calle la gente transita sin prisa. No hay celeridad, ni carreras, ni tampoco prisas, esas que entran cuando se quiere ver una cofradía en un punto concreto de su itinerario.

Es entonces cuando creemos que no vamos a llegar a tiempo y tememos no poder vivirlo. Perdernos ese momento que jamás se podrá a volver a repetir, aunque la cofradía pase una y mil veces por la misma esquina, los varales del palio sorteen una vez más ese balcón volado o la banda de música acometa los sones de la misma marcha. Nunca será igual. Son las cosas del momento, del instante, de lo efímero, pero ahí estará nuestra memoria para rememorarlo una y otra vez, aunque nunca sea lo mismo.

Cuentan los mayores que en la calle El Poyo, hoy también dedicada oficialmente al escultor Juan de Mesa, junto a la iglesia de San Pedro, existía un balcón con un vuelo exacerbado para la estrechez de la calle. El tránsito de una cofradía era complicado. Desde hace muy poco, cada Miércoles Santo la hermandad de la Misericordia recorre las calles de Córdoba. Una corporación que trajo un aire clásico y serio, mostrando desde sus inicios unas señas de identidad tan propias, y que a día de hoy aún conservan, que la hacen un atractivo cada tarde noche de la jornada.

Del recordado bar El Brasero, también evocado por nuestra memoria, salen y entran hombres fornidos. Sobre uno de sus hombros llevan liada una manta. Sus rostros, curtidos por el sol y el trabajo, muestran tensión. Todos tornan alrededor de un hombre, vestido con oscuro traje, que le da instrucciones sobre la labor a realizar.

Son los faeneros de Antonio Sáez el Tarta, quienes se encargaran de portar sobre sus hombros los dos pasos de la cofradía. El del Señor bajo las ordenes de Rafael Sáez Gallegos y el de Nuestra Señora de las Lágrimas, bajo su singular palio malva y oro, es mandado por su padre, el fundador de la dinastía y anteriormente nombrado: Antonio Sáez el Tarta. La cofradía está en la calle. El alba comitiva, tras cruzar el umbral del pórtico de San Pedro, toma la calle del Poyo. La gente está expectante. Rafael Sáez emboca el dorado paso de Cristo en la calle.

Un faenero desde abajo grita con fuerza: “Aaaaa……rribaaa”. El paso se levanta. El capataz ordena: “De frente viene”. El paso obediente a las concretas órdenes de su capataz atraviesa la estrechez de la calle. Así llega hasta la plaza de la Almagra, donde para. La angosta calle ha parecido ensancharse por momentos.

Continúa el cortejo. La dorada cruz de Soledad abre los tramos de nazarenos de anteceden al palio. La escena se repite. Ahora no son los brazos de la cruz quienes sortearan el balcón, serán los doce varales del palio malva.

El Tarta habla a sus hombres antes de iniciar el duro camino. La escena se repite. “De frente viene” y el palio avanza milimétricamente, poco a poco, sin que se note, despacio, sin prisa, con mesura. Uno por uno los doce varales han besado la angostura de la calle, pero la han atravesado finalmente sin mancharse de la cal de las paredes. El cortejo continúa.  Antonio y su hijo Rafael siguen siendo los ojos de sus faeneros. También lo fueron del mundo de las trabajaderas durante muchos años.

Se trata de una dinastía aún viva, hoy nublada por el desconocimiento de las nuevas generaciones, pero que escribió páginas de oro en la historia de nuestra Semana Mayor.

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