La mezcolanza del blanco y el negro, el color de las cajas

La mezcolanza del blanco y el negro, el color de las cajas
La mezcolanza del blanco y el negro, el color de las cajas

RESULTA prácticamente imposible de explicar con palabras lo que siente el baenense en la mañana del Miércoles Santo, el día grande de los judíos de Baena, en el que se cumple desde primeras horas de la madrugada con el conocido como arte de echar las cajas. Qué increíble sensación la de escuchar nada más abrir los ojos, aún arropado bajo el calor de las sábanas y con una tenue luz entrando por la ventana, como el corazón de la ciudad del tambor retumba al ritmo de lo sones de las cajas de los judíos de esta tierra.

Al mirar por la ventana, es un estremecimiento mágico lo que sacude al cuerpo incapaz de tolerar tanta emoción y turbación por lo que recogen sus sentidos en apenas unos segundos. El oído capta el sonar de los tambores que a golpe de baqueta han templado ya sus pellejos; la vista se pierde entre la algarabía de plumeros de infinitos colores, el blanco y el negro de las colas y el brillar de los cascos. El ambiente huele a Semana Santa, a incienso, a horno de leña y a pestiños y magdalenas, produciendo un nudo en el estómago. El bello se eriza, colmatando la emoción del momento.

Una conmoción inexplicable y única, un sentimiento nuevo que se vive año tras año y que en cada Semana de Pasión será especial y diferente. Siempre hay algún motivo para despertar con la misma ilusión de antaño. Este 2015, por ejemplo, fue especial para él ya que tras más de tres decenios vio cumplido su deseo de echar las cajas el Miércoles Santo. Despertó al alba y ya estaba todo preparado en el salón de la casa. La chaqueta de paño color rojo sangre y bordada ricamente en color blanco, el pantalón negro planchado de forma impecable, la camisa color nevado, el pañuelo haciendo juego con la tonalidad del plumero azul turquesa sobre el casco de coracero y colgando de él, las crines blancas debidamente lavadas y trenzadas. Y como no, el tambor mimado al extremo desde hacía días para que sonara perfecto.

Con sigilo comenzó a vestirse con cuidado de no despertar al benjamín de la casa ya que de hacerlo, se empeñará en acompañarlo y estará demasiado cansado para aguantar hasta la procesión de la noche, la procesión del Huerto. Baquetas en mano, se alejó de la vivienda y empezó a tocar algunas calles más allá. A unas manzanas de aquí, otro judío cumplió con el mismo ritual. En esta ocasión, sobre la mesa de la sala de estar, el color de las crines asidas al casco es de color negro azabache. Sigiloso por el mismo motivo, también abandona la casa. Ambos judíos, coliblanco y colinegro, colinegro y coliblanco, caminan por separado hasta encontrarse en un punto en común. A su encuentro, la mezcolanza de las colas negras y blancas se convirtió en lo que marca la diferencia en el arte de echar las cajas. En esta mañana no hubo diferencia de colas, no hubo rivalidad, ni competencia. Qué hecho tan bonito el ver la unión de colores, blanco y negro, caminando al unísono, acompasados, transmitiendo amistad.

Con el transcurrir de las horas, el número de judíos unidos por el contraste del color de las crines fue aún mayor, y todos comprendieron una vez más que la diferencia en el color de las colas, lejos de ser un signo de antagonismo y enemistad, es afecto, tolerancia y sobre todo pasión y respeto por el tambor y por la Semana Santa de Baena.

Eso sí, las colas se separaron al caer la tarde. La Cruz de Jaspe, marcó la diferencia. Cada uno desfiló con su turba, con los suyos, en su lugar y nuestro judío vivió el primero de muchos Miércoles Santo, sus primeras e inolvidables cajas.

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