Cuaresma en Sepia

El legado de Gámez Laserna a Córdoba

  • La marcha 'Saeta cordobesa' sigue sonando tras los pasos de nuestra tierra, convertida en un himno oficioso, que no oficial, de la Semana Santa cordobesa

  • Arquitectura efímera en honor a Dios

Pedro Gámez Laserna hace entrega de la partitura de la marcha ‘Saeta cordobesa’ a Enrique Luque.

Pedro Gámez Laserna hace entrega de la partitura de la marcha ‘Saeta cordobesa’ a Enrique Luque. / Archivo Familiar Gámez

Amanece el día de marzo velado. La niebla se ha dejado caer sobre la ciudad. Córdoba se despierta y, poco a poco, cobra su actividad. Huele en sus calles a pan candeal recién horneado. También a picón recientemente encendido. Aunque los fríos van quedando atrás, aún apetece sentir el calor a primera hora de la mañana. Las radios de cretona dan voz a la música de Quiroga, aderezadas por los versos de Rafael de León. Son la banda sonora de cada día. Las mujeres tararean las zambras de moda, aquellas con las que Caracol, con su voz rota y gitana, musitaba sus duquelas por amores imposibles. La música es la válvula de escape de los sentimientos de los seres humanos. El viento suave, pero constante, mece las ramas de los árboles. El velo de la niebla se va disipando poco a poco. El cielo se torna de un azul intenso, mientras los rayos dorados del sol, comienzan a vestir de luz la ciudad.

En el cuartel del Marrubial, unos soldados, vestidos de ropa de faena, se afanan en blanquear con cal los troncos de los árboles. Es la costumbre y la norma. La manera de prevenir plagas y enfermedades en los frutales. Todo es marcialidad dentro del recinto. Otros soldados hacen la correspondiente instrucción en el campo de deportes. No lejos de allí, en un frío despacho, el teniente Gámez, director de la banda de música del regimiento, revisa y anota de su mano sobre la partitura de su última obra alguna que otra corrección. Hoy hay ensayo general. Gámez quiere que todo esté perfecto. El músico ha escrito sobre papel pautado las notas con las que las cornetas harán una brillante y vibrante llamada de metales. Hace algunos días las compartió con el responsable de la banda de guerra del cuartel. La corneta española y el tambor son esenciales para que una marcha suene a Semana Santa.

Pedro Gámez se deja llevar por los recuerdos. Hace menos de un año acompañaba con su banda a la cofradía del Cristo de la Misericordia. La madrugada del Jueves Santo ya se había hecho presente. El paso del Señor, portado por los faeneros de Antonio Sáez, El Tarta, transitaba por la vieja calle de los Lineros. Justo en la esquina de la calle Candelaria, aprovechando que el paso se encontraba parado, una voz seca, rota, flamenca y femenina rompió el silencio. Era María Zamorano, La Talegona, que con su saeta lanzaba una plegaria al Cristo. La voz de la mujer, así como la melodía de la vieja saeta cordobesa, impresionaron a Gámez. Tanto es así que la retuvo en la memoria, para luego darle forma en el pentagrama sobre el que con perfecta caligrafía rotuló Saeta cordobesa.

El teniente Gámez se dirige al lugar de ensayo tras abandonar aquel frío despacho. Allí le esperan los componentes de la banda de música, así como algunas cornetas y tambores de la banda de guerra. A su entrada todos se levantan marcialmente. Gámez da las últimas instrucciones. Atrás han quedado muchas jornadas de duros ensayos. La complejidad de aquella composición ha necesitado varios días de preparación.

La banda de música del Regimiento de Lepanto, 2 en 1946. La banda de música del Regimiento de Lepanto, 2 en 1946.

La banda de música del Regimiento de Lepanto, 2 en 1946. / Archivo familia Gámez.

El día 20 de marzo de aquel 1949 se acerca. En San Hipólito será presentada la marcha. Gámez, siguiendo algún consejo, ha decidido dedicarla a la naciente hermandad de la Buena Muerte. Los músicos están preparados. A la orden de Gámez las tubas inician los primeros compases de la marcha. Luego, una melodía melancólica deriva en unas fuertes llamadas de metales, para continuar con un tema solemne hasta llegar a un forte donde Gámez evidencia su maestría, concluyendo con una recreación de la saeta vieja de Córdoba, la misma que cantase La Talegona aquella noche, y terminar triunfal de nuevo con los metales como protagonistas. Una marcha completa. Una obra única. Una genialidad de un músico genial.

Días más tarde, tras la función principal de la cofradía de la Buena Muerte, la marcha es presentada a Córdoba en el patio de la Real Colegiata de San Hipólito. La composición cautivó y gustó a los asistentes. El teniente Gámez Laserna, músico director de la banda del regimiento Lepanto, 2, con guarnición en Córdoba, hace entrega de la partitura a Enrique Luque, médico de reconocimiento y a la sazón hermano mayor de la hermandad. Luque agradece sobre manera la dedicatoria, pero a su vez advierte a Gámez: “Eternamente agradecido, pero su maravillosa marcha difícilmente sonará tras el Cristo. Nuestra corporación procesiona en silencio”.

Aún así, muchos lustros después, aquella Saeta cordobesa, sigue sonando tras los pasos de nuestra tierra. El tiempo la ha convertido en una seña propia de nuestra Semana Santa. Todo un himno oficioso, que no oficial, de la Semana Santa cordobesa. El legado de un genio de la música, como Gámez Laserna, para Córdoba.

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