Pasión en sepia

De San Cayetano viene

  • De Santa Marina, del Campo de la Merced y de toda la ciudad llegaban gentes de todas las clases sociales a postrarse ante aquel imponente Nazareno caído, pero no derrotado

Imagen del paso de Jesús Caído en Córdoba.

Imagen del paso de Jesús Caído en Córdoba. / Fundación Cajasur

La luz de las velas, así como de alguna lámpara de aceite, iluminan la estancia. En el centro, sobre un improvisado altar, está la imagen de un Cristo caído bajo el peso de la cruz. Su propietario, Francisco Antonio Bañuelos y Murillo, canónigo maestrescuela de la Catedral de Córdoba, admira el prodigio salido del taller de Pedro de Mena. Su buena relación con el maestro escultor ha hecho que varias obras suyas hayan llegado a Córdoba.

Esta que con tanto fervor venera tiene aún las carnaciones frescas, sobre los blancos estucos, aquellos que cubrieron la madera recientemente cortada y gubiada. Cristo está rendido. El madero, así como su falta de fuerzas, han podido con Él. Las rodillas en tierra. Con una mano sostiene el leño esperando la misericordiosa llegada de Simón, el de Cirene; con la otra trata de detener la caída apoyándola sobre una roca camino del Calvario. Su rostro desencajado, pero sereno y conmovedor, llama a la oración de los fieles.

Hasta ahora, ante Él, solo ha sido el padre Bañuelos Murillo, sus familiares y servicio quienes le han rezado en la intimidad, pero la sobrecogedora imagen no puede permanecer en un oratorio privado. Su dramatismo es canal de catequización a través del drama de la Pasión, de ahí que el maestrescuela haya tomado la decisión de donar aquella bendita imagen al convento de San José, de la ciudad de Córdoba, lugar donde los Carmelitas Descalzos se han asentado bajo el patrocinio de doña Beatriz de Haro.

La imagen de Jesús Caído fue entronizada en una capilla del convento carmelitano. Pronto llamó la devoción de las gentes de las zonas aledañas. De Santa Marina, del Campo de la Merced, así como de otros puntos de la ciudad, llegaban vecinos de todas las clases sociales a postrarse y orar ante aquel imponente Nazareno caído, pero no derrotado. Aquella imagen conmovía a los fieles.

La gubia que la esculpió en aquellos embones de pino de Flandes, ya fuera la del mismo maestro Pedro de Mena o de cualquiera de los que obraban en su taller, caso de Bernardo de Mora o Fernando Ortiz, habían conseguido lo buscado por los grandes imagineros del Barroco. Conjugar la buena ejecución técnica para conseguir una buena obra de arte. Después, dotarla de esa unción sagrada, aquella que fuera capaz de llamar la oración de todo aquel que la contempla. No todo escultor es imaginero, pero sí el imaginero es escultor. Siempre se dijo y así lo atestigua la historia.

La imagen de aquel Cristo se convirtió en el paño de lágrimas de muchos. La cercanía del matadero viejo hizo que matarifes y carniceros se convirtiesen en fieles devotos del Caído de San Cayetano. También de las gentes que peinaban coleta. Aquellos que tarde tras tarde desafiaban la fuerza ruda y bruta de un toro bravo sobre los alberos de España, teniendo como defensa una franela roja y un afilado estoque.

Los toreros tomaron a Jesús Caído como protector. José Dámaso Rodríguez Pepete fue hermano mayor de la cofradía. Más tarde lo fue Rafael Molina Lagartijo. Aún se conserva la túnica bordada y confeccionada en la casa de Bernardo Castells e hijos, en Barcelona, y que el primer Califa del Toreo ofrendó a “su” Jesús, tras un grave percance en la ciudad condal.

De la época como hermano mayor de Manuel Rodríguez Manolete data el actual paso del Señor, tallado en estilo renacentista por Rafael Valverde Toscano, dicen que inspirado en el de la hermandad de los Estudiantes de Sevilla. Hoy Jesús Caído sigue siendo protector de los que visten el chispeante traje de luces. Su imagen a veces se reproduce en capotes de paseo, se lleva en la montera, en medallas que se ajustan en clausura ajustada en el chaleco. Jesús Caído sigue estando al quite. A una mano ha metido su capote en más de una ocasión. Mientras haya hombres capaces de jugar con la muerte, en lucha desigual entre la razón y la fuerza, el vínculo no se extinguirá jamás.

Es Jueves Santo. Por la cuesta de San Cayetano bajará Jesús, rendido que no derrotado, caído bajo el peso de la cruz, despacito, como si estuviera partiendo plaza. Caído viene esperando la Verónica que le enjugue el rostro. Despacio baja, como despacio camina hacia Córdoba por las calles perfumadas por el azahar de Santa Marina. De San Cayetano viene, como siempre, despacio, sin prisas, con la mirada perdida, pero fijamente mirando a todos los que con fervor contemplan su caída. Es Jueves Santo y el Caído está procesionando por las calles de Córdoba.

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