Las bodas de plata de 'La Pasión'

HAN pasado 25 años desde que un grupo de montillanos se propuso la difícil tarea de representar a lo grande los últimos días de la vida de Cristo, dos décadas y media en las que han sido cientos los actores y voluntarios que han dado vida en el Pabellón Municipal de Deportes a la Jerusalén de hace 2.000 años. Aunque, por mucho tiempo que transcurra, la ilusión sigue presente en cada representación dramática de La Pasión, como ayer volvió a comprobarse en los dos pases que arrancaron los aplausos de un auditorio lleno. Pablo del Árbol en el papel de Cristo; Carlos Raigón como Caifás; Bosco Portero como Anás, y María José Cantos como María fueron los principales protagonista de una obra teatral de tres horas de duración en la que participan 400 personas, desde bebés hasta septuagenarios.

La enorme labor de coordinación que mover a este gran equipo conlleva es, precisamente, una de las principales dificultades que entraña la representación, dice Lola Navarro, la presidenta de la asociación cultural que hace posible el espectáculo. Navarro se muestra orgullosa del "cambio generacional" que ha permitido que la obra siga representándose y augura que, gracias a estas incorporaciones, están asegurados los próximos años. Aunque hay actores que permanecen fieles a esta tradición que hace que cada sábado previo al Domingo de Ramos Jesús resucite en plena campiña cordobesa.

Es el caso de Bosco Portero, que desde hace 25 años se mete en la piel de Anás, un papel para el que ya no necesita ensayo. En los orígenes del proyecto, la organización le planteó encarnar a Caifás, con más líneas, aunque desistió porque su entrega sobre el escenario le auguraba una preocupante afonía. Su barba cana y su figura bajo la holgada túnica negra son ya elementos inconfundibles en el Jerusalén montillano. "La auténtica pasión -dice con orgullo Portero- es la que está detrás del escenario, la que hace posible que todo esto funcione".

Uno de estos artífices es Rafael Delgado, quien en noviembre del ya lejano 1990 planteó la posibilidad de este montaje como manera de aglutinar las inquietudes de las cofradías. La primera representación, después de un esfuerzo ímprobo, tuvo lugar en abril del 92 con un éxito rotundo. A Rafael Delgado, maestro jubilado, siempre le había gustado el teatro. Recuerda que en los orígenes echaron mano al texto La divina tragedia, del padre jesuita José Julio Martínez, sobre el que se cimentaron las representaciones de aquellos primeros años. Con los evangelios como núcleo -narra-, el libreto fue ampliándose, hasta el punto de que ahora el 90% del texto es original.

"También ha evolucionado mucho el mecanismo interno", la tramoya, dice. Una mesa de control con un avanzado programa regula la iluminación o la apertura del telón y los personajes protagonistas, además, llevan micrófonos inalámbrico para mejorar la calidad del sonido en el auditorio. Este año, además, la organización ha querido agilizar la representación con novedades en el montaje del cuadro del Calvario; hasta ahora, se hacía un descanso de 20 minutos para que diera tiempo a completar el decorado, que incluye la cruz de Jesús y las de los dos ladrones, una de las más complejas técnicamente de las 17 que componen la obra. Este año se ha reducido este impás.

Lo demás es de sobra conocido, aunque no por ello menos seguido, como demuestran los dos llenos registrados ayer. La representación empieza con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, asno incluido, e incluye secuencias como la última cena, la oración en el huerto de los olivos o el prendimiento, en el que intervienen soldados de la Centuria Romana Munda con los toques tradicionales que cada Jueves Santo suenan en la plaza de la Rosa. La negación de San Pedro, el descendimiento de la cruz o la resurrección, uno de los más vistosos, son otros de los cuadros que incluye la narración de final conocido.