Semana Santa

La Sangre se estrena camino de la Catedral

  • La hermandad del Císter y recibe lluvia en las inmediaciones de Cardenal González

El pueblo de Jerusalén prefirió ver derramada la sangre de Cristo en lugar de la de Barrabás. Pilatos dio a elegir y el pueblo se decantó por él, sin duda alguna. Y la Sangre ayer salió a la calle y manchó toda la plaza de Capuchinos de aplausos y entusiasmo. En una tarde de Martes Santo extraña y con el recuerdo del año pasado -cuando la lluvia les negó la salida y el estreno de su nuevo recorrido-, la hermandad del Císter supo esperar, aguantó hasta una hora sobre la hora prevista de salida, para brindar a Córdoba a sus titulares y hacer estación de penitencia en la Catedral por primera vez en su historia; una espera que bien mereció la pena.

Conscientes del riesgo de una posible tromba de agua y del daño que puede sufrir el patrimonio de la cofradía, Francisco Aguayo, capataz de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Sangre, espera cualquier decisión en una abarrotada plaza de Capuchinos. Aguayo lo tiene claro. Si no se sale "se pierde un año de trabajo, la vivencia de estar en la calle, pero también se gana porque cunde el desánimo y se gana en fuerza", defiende.

El tiempo pasa, las nubes se alejan cada vez más de Capuchinos. Los nervios se hacen ya inaguantables entre el gentío. Es una sensación extraña en la que intentan entenderse dos formas de estado de ánimo. La incertidumbre y la paciencia, que no se suelen entender de la manera más correcta.

Un costalero sonríe, al tiempo que comunica por su teléfono móvil lo que a las 19:45 es ya un secreto a gritos: "¡Qué salimos, qué salimos!". A pesar del anuncio, tres residentes del hospital de San Jacinto desafían al cielo y sacan el brazo a través de la ventana para corroborar que no llueve. Y así es. El nerviosismo cunde entre la bulla. "Si han decidido salir, ¿por qué no salen ya?", se escucha.

Y por fin la cruz de guía. Por fin, los nazarenos de túnica y capa blanca y de cubrerrostro morado. Por fin, los nazarenos toman la calle empedrada que duele. Por fin el paso de misterio que brinda el desprecio del pueblo hacia Cristo. Primero aparece el Señor de la Sangre, con la mirada hacia abajo, mientras el gentío lo observa y se apretuja contra la cal del convento. Nadie se mueve mientras el paso avanza y enfila hacia el Bailío, hacia la Catedral.

En su entrega por las calles del centro de la capital, el Señor de la Sangre no va solo. María de los Ángeles en sus Misterios Dolorosos sigue los pasos de su hijo, acompañada por San Juan Evangelista. Doliente y en silencio. La primera levantá para la Virgen es el interior de la nave. En su salida no fallan los aplausos. "De frente con la Reina", dice uno de los capataces del paso de palio, que prosigue su marcha hacia la Catedral. En Cardenal González y en la calle de la Feria padecieron una lluvia que les hizo acelerar el paso de vuelta a Capuchinos.

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