Semana Santa

El Nazareno, en lo más alto

Tras una larga noche, con las primeras luces de la mañana, la iglesia de San Francisco comienza a cobrar vida. Es la mañana del Viernes Santo en Priego. Impaciencia, nervios, devoción, lágrimas, tradición, amistad, fe… todo se une en esos minutos previos a la apertura de las puertas del templo y al comienzo, de nuevo, un año más, de la procesión del Nazareno. Una subida al Calvario atípica, alejada de lo común y única, que no deja indiferente a quien la vive por primera vez, y que, año tras año, hace brotar los sentimientos de aquellos que acuden fieles a su cita con esta venerada imagen.

Junto a Él, el paso de San Juanico y la Virgen de los Dolores inician bajo aplausos, su estación de penitencia. Niños, padres, madres, abuelos… familias enteras con túnicas moradas y capirotes blancos, acompañan a los titulares en este día. Todos pendientes y expectantes a su paso por el Palenque. Allí, paso redoblao, los tambores y las cornetas se aceleran marcando el latir de los corazones, marcando el ritmo de los pasos que llevarán a miles de prieguenses y personas venidas de fuera, hasta la bendición en El Calvario. Los aplausos se mezclan con las notas, con el murmullo de la gente ante el paso inestable y dificultoso de la marea de costaleros que se agolpan en torno al trono de Jesús. La cruz se inclina, el trono vence hacía un lado, pero de nuevo, el Nazareno, aupado por los hombros de sus costaleros, de su pueblo, continúa su paso hacia el Calvario.

Allí, todos le esperan, hornazo en mano, de distintas formas y tamaños, todos realizados hace días en familia, con amigos, pero en cualquier caso, con la mente puesta en el momento de la bendición. Cuando el Nazareno la imparta sin distinción, a un Calvario abarrotado de gente, donde se hace la calma, cuando inicia su descenso por las vereíllas. Y así, los hermanos recuperan el aliento para seguir a sus titulares hacía su templo. Pero antes, mecida obligada y deseada ante la Virgen de las Angustias. Primero San Juanico, después la Virgen de los Dolores y por último, el Nazareno, frente a su madre. Los corazones se van encogiendo, ya se acaba, las puertas de San Francisco se abren, y bajo una lluvia de "vivas" y aplausos, el Nazareno mira a su pueblo, hasta el próximo Viernes Santo.

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