Jesús Caído

Fervor y nervios en San Cayetano

  • La cofradía apuró hasta el último momento para decidir su salida ante la amenaza de borrasca

Al gentío no le importó que la tarde del Jueves Santo amenazara con tormenta y se apretujó en los alrededores de San Cayetano entre paraguas y chubasqueros para asistir a la salida de la hermandad de Jesús Caído, una de las que más devotos reúne de todo el calendario cofrade cordobés. La muchedumbre consumió pegada a la radio, entre llamadas por el móvil y kilos y kilos de pipas la media hora que la junta de gobierno solicitó a la Agrupación de Cofradías para ver si la tormenta daba una tregua.

Y, cuando parecía que la procesión había sido vencida por la meteorología inoportuna, la cruz de guía atravesó el dintel del templo carmelita y fue recibida por la muchedumbre con estridencia. La procesión de los toreros arrastró su ambiente festivo por la Cuesta de San Cayetano -por donde subir a partir de las 18:00 es, en sí mismo, un acto de penitencia-, la avenida de las Ollerías y la calle Mayor de Santa Marina. Las mujeres ataviadas con el típico traje de mantilla, los representantes del mundo taurino -entre ellos, el torero Chiquilín- y los cientos de devotos que siguen a Jesús Caído pusieron los rasgos distintivos a una de las procesiones más populares de la Semana de Pasión cordobesa.

La bajada de la Cuesta de San Cayetano fue acogida con fervor después de un Miércoles Santo aciago a causa de la tormenta. Con los cuatro faroles encendidos y cimbreantes y ramilletes de alhelíes morados, el paso de Jesús Caído fue avanzado poco a poco, despacio, entre un batiburrillo de chiquillos en busca de cera y miradas de esperanza en el cielo para que el Jueves Santo sí pudiera celebrarse. Cuando las velas moradas de los nazarenos se tornaron blancas, la multitud adivinó que el palio de la Virgen del Mayor Dolor estaba a punto de salir. El cielo del atardecer, ahora ya casi despejado, era el indicio de que la noche transcurriría sin sobresaltos.

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