Semana Santa

...Y Baena ensordece con los tambores

  • Los judíos, con su peculiar indumentaria, cumplen con la tradición de echar las cajas

EL arte de echar las cajas. Qué bien suena esta sinfonía de palabras en Baena. El chillar de los pellejos, el golpear de las baquetas, el colorido de los plumeros, la mezcolanza del blanco y el negro, la algarabía de judíos, el brillar de los fondos… Qué bonita y compleja es esta tradición semanasantera.

El Miércoles Santo amaneció antes en Baena, la madrugada se quedó sin horas. En las casas, el trasiego se inició con la luz eléctrica aún encendida. Hay que darle el último apretón al tambor, limpiar la huella del pequeño dedo que el menor de la casa dejó ayer señalada en el casco, buscar las mejores baquetas y dejar preparada una segunda caja por si la emoción de la mañana hace romper el pellejo del recién estrenado treinta y ocho.

Un año más tuvo lugar el mismo ritual, el judío comienza a vestirse: el pantalón de pinzas de color negro descansa como siempre impecablemente, planchado sobre su percha; la camisa blanca inmaculada está preparada, el tahalí para colgarse el tambor y la chaqueta de paño rojo sangre ricamente bordada; el zapato negro azabache y el pañuelo de seda de vistosos colores.

Ya está preparado el casco de coracero, con una brillante y tallada celada. Y, asido a él, la tradicional cola de crin de caballo, blanca o negra, dependiendo de la tradición familiar y cuya cantidad variará en función del gusto del judío que lo porte. Y, sobre él, el plumero, cuya infinita combinación de colores conforma un galimatías que pone la nota de a esta inigualable jornada.

Entonces el judío se cuelga el artesano tambor y coge las baquetas. El sol aún no ha salido pero despacio, recreándose y altivo, empieza a abandonar la calle. Toca el tambor con sigilo, templándolo, dándole tiempo para que ambos se conviertan en uno solo. Que tan, que tan plan, que tan plan, plan plan. Rompe el silencio de la noche y se convierte en el sonido de fondo que acompañará a partir de ahora toda la Semana Santa.

Con paso firme y en solitario se dirige el judío hacia el casco histórico, a lo más alto, a la Almedina baenense, cuyas retorcidas y encaladas calles aún adormecidas empiezan ya a despertar de su letargo. Colocado bajo el Arco Oscuro, el judío vive uno de sus mejores momentos, el primero de los redobles que protagonizará a lo largo de esta semana de pasión.

Conforme se abre la mañana, las principales calles de la zona monumental se tornan en un hervidero de judíos. Avistados desde lejos, parecen una auténtica marea roja, tan sólo rota por la diversidad de los más variopintos colores de sus plumeros y el contraste de las colas. El Miércoles Santo es para los judíos el día más grande, el día en el que comienza de forma oficial la Semana Santa.

Conforme avanza la jornada, cada vez es mayor el número de judíos que abarrotan las calles, hay numerosos grupos de amigos, de familias en las que se conjugan varias generaciones, judíos en solitario, mezcla de coliblancos y colinegros. Y se alternan los diferentes toques: el de calle, procesión, el redoble…

Al caer la tarde, Baena acoge a más de 3.000 judíos. Desde este momento y hasta el Domingo de Resurrección no cesarán de recorrer con sus sones las calles de la localidad, haciendo honor a quienes representan al pueblo judío en la Pasión de Jesús. Ensalzado la mayoría de las veces y criticado en otras ocasiones, lo que no deja lugar a dudas es que el judío ha hecho de la Semana de Pasión de la ciudad del Guadajoz una de las más singulares, declarada de Interés Turístico Nacional y que trabaja ya para su reconocimiento en el orbe internacional.

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