Medio Ambiente

Así es la primavera de Córdoba que el coronavirus ha arrebatado

Flores en el término municipal de Añora, en Los Pedroches.

Flores en el término municipal de Añora, en Los Pedroches. / J. A. Serrano

En la dehesa de la Saliega, al Norte de Córdoba, una tupida alfombra de jaramagos ha crecido bajo las viejas encinas. En la Campiña, entre las vides, intentan mantenerse erguidas las amapolas. Los insectos revolotean entre las flores en el Guadajoz, en la Subbética, en la Vega. La primavera está ahí, aunque desde las ventanas no podamos divisar la ermita de San Martín, en Añora, envuelta en colores. O el mirador de San Gregorio, en Conquista, sobre el que se despliega uno de los cielos más limpios que existen, reconocido como reserva Starlight. O el polje de las Navas, en la Subbética, con los buitres planeando sobre los rebaños. O la laguna de Zóñar, en Aguilar de la Frontera, que rebosa vida entre los olivares.

"El campo está fabuloso, espectacular, como hacía varias primaveras no lo veíamos", cuenta el alcalde conquisteño, Francisco Buenestado. Habla en esta ocasión como guarda de la finca cinegética La Garganta, ya en Ciudad Real, donde estos días ha continuado con su trabajo, clasificado como actividad esencial; es evidente que la naturaleza y su cuidado no pueden esperar. De ahí la oportunidad de fotografiar un paisaje amplio y virgen, que ahora, aunque no lo veamos, combina los verdes con un estallido de colores intensos. La descripción solo puede ser un intento de resumir qué nos ha arrebatado el coronavirus esta primavera.

Desde los altos de la ermita de San Gregorio, Conquista esparce su pequeño caserío de tejados rojos y casas blancas en un claro de Los Pedroches. Las carreteras serpentean sin apenas tráfico entre la dehesa, la más extensa de Europa, aunque lo que llama la atención desde las alturas es una naturaleza que se exhibe espléndida, todo lo exuberante que puede ser en una tierra domesticada durante siglos. En comparación, la capilla, en el paraje de Navagrande, no es más que una construcción blanca y humilde con una encina a las puertas, una fuente para refrescarse y un murete de ladrillo que invita a descansar si uno llega a pie.

Es tradición que los 400 vecinos peregrinen en el arranque del mes de mayo hasta aquí para disfrutar de un día de convivencia y reencontrarse con San Gregorio, su patrón, soberano de la Roma del siglo VI, hombre todopoderoso de su época, pero a quien en este año difícil el covid-19 también le ha cerrado las puertas, como a todos los conquisteños, y sufrirá la condena de quedarse sin su estación favorita, que empuja al otro lado del altar como hace años no se veía. Tal vez el viento de alguna tormenta de abril haga sonar la discreta campana de la espadaña, voltee la veleta. Poco más debería esperar el santo.

El río Guadalmez, en Conquista. El río Guadalmez, en Conquista.

El río Guadalmez, en Conquista. / F. Buenestado

A apenas un kilómetro corretea el río Guadalmez, de aguas serenas y abundantes resultado de las lluvias del mes de abril, tan esperadas por la naturaleza y que han servido como munición para su estallido de colores, sonidos y olores: a la primavera se llega por todos los sentidos. Al otro lado de los cristales y de las pantallas de los móviles que ahora son una ventana al exterior desde el confinamiento obligado, la estación sigue su curso, ajena a estados de alarma, mascarillas y equipos de protección personal. Los insectos liban las flores, revolotean los pájaros, pequeños mamíferos se dejan sentir entre los arbustos. Quizás tampoco los veríamos si estuviéramos ahí, huidizos, como sucede con esta primavera que se despliega en un horizonte inalcanzable. La intuyen los alérgicos cuando se asoman a las ocho a aplaudir a las ventanas, poco más. Para los demás es como un ser furtivo, un renacimiento que se nos ha escapado. 

El Guadalmez son los confines de la provincia. Al otro lado termina el patronazgo de San Gregorio y la finca La Garganta lo engulle todo, el paisaje, la primavera y el futuro de este territorio. El pequeño cauce sirve como frontera física y mental con Castilla La Mancha y Extremadura, y la naturaleza, sin ser consciente, despliega el vuelo. Hay águilas imperiales al acecho, cigüeñas negras y nutrias, además de pequeños mamíferos y aves identificables por el jolgorio que sale de los árboles, agitados y ruidosos. Y bajo las ramas, en los claros y junto al cauce se abren las flores que esta primavera no tenemos la posibilidad de ver ni de oler.

Es un territorio remoto, declarado Zona de Especial Conservación (ZEC), que llama a los fotógrafos aficionados, como el propio alcalde: los ranúnculos de flores blancas que brotan en las orillas, los nubarrones que se reflejan en el agua, las encinas poderosas. Hay una sensación rebelde en estar ahí, fuera de casa y lejos del supermercado, el banco o la farmacia, como si apartarse bichos de la cara a manotazos fuese la libertad, arrullado por insectos y pájaros desenfrenados, en un campo que ahora es más ruidoso que las autovías y los polígonos industriales.

Dependiendo de la ruta, unos 40 minutos en coche separan Conquista de Añora. El viaje, que ahora es imposible hacer por simple placer debido a las restricciones de movilidad, atraviesa este bosque domesticado y deja atrás granjas de ganado que son el sustento económico de los vecinos. El coche, un ser prohibido, cruza las tierras de Los Pedroches, recortadas por los tradicionales muros de piedra seca y todo un espectáculo visual y sensorial en estas jornadas centrales del mes de abril.

Margaritas en el parque de San Martín de Añora. Margaritas en el parque de San Martín de Añora.

Margaritas en el parque de San Martín de Añora. / Juan Antonio Serrano.

En Añora, los alrededores de la ermita de San Martín, otro patrón confinado, viven también una primavera especialmente fecunda. Es costumbre que los lunes de Pascua los noriegos peregrinen a este paraje, el cerro del Cuerno, a seis kilómetros del casco urbano, para disfrutar de una comilona y un poco de aire puro, aunque este año tampoco ha sido posible. Un aviso: no es un lugar apto para los alérgicos a las gramíneas, que estallan en los alrededores del pequeño templo con tantas flores como para conformar un catálogo de botánica.

El fotógrafo Juan Antonio Serrano ha tenido la oportunidad de registrar este estallido gracias a una autorización del Ayuntamiento, que prepara una publicación sobre micología, también prolífica en Los Jarales, como se denomina el paraje. Por supuesto, no faltan las jaras de flores blancas y moradas con sus hojas brillantes y pegajosas a las que acuden los insectos; pero también el gamón, las retamas, las aulagas o la lavanda, todas florecidas, fragantes estos días. Cuando es temporada, aquí se recolectan frutos silvestres como setas, trufas o espárragos, además de cebolla, ajo y zanahoria silvestre, otro posible plan para apuntar en la agenda tras el confinamiento.

Unas mariposas revolotean entre las flores en un viñedo. Unas mariposas revolotean entre las flores en un viñedo.

Unas mariposas revolotean entre las flores en un viñedo. / F. Robles

La Campiña también ofrece este mes de abril una primavera inabordable allá en el Sur. Francisco Robles, gerente de Bodegas Robles, escrutador de las pequeñas plantas y las flores que crecen entre sus vides ecológicas, tiene por costumbre fotografiarlas, también este año desde la clausura obligatoria. "Si se observa, se descubren un sinfín de insectos. Uno en cada flor", anima a descubrir. En apariencia menos prolíficos que en el Norte, también los campos que rodean Montemayor, Montilla, La Rambla o Aguilar de la Frontera se han llenado de flores. Hay jaramagos de todos los tamaños, margaritas, cardos... Las amapolas, escurridizas y que en temporadas no se dejan ver, son este año especialmente abundantes y pespuntean de un rojo intenso los manchones verdes que la agricultura permite. 

En Santaella, donde crecen sus viñedos ecológicos, la naturaleza se despliega en lindes que estos días dibujan rayas de colores hacia el horizonte, se deslizan por los cerros como si un peine hubiera puesto orden en el paisaje, con el caserío santaellano al fondo. "El campo está espectacular y las vides están sanas y crecen a buen ritmo", explica Robles. Las fotos muestran tupidos racimos con pequeñas bolitas que en meses serán las uvas de las que se extraigan los vinos de la añada del coronavirus. "El agua de abril ha venido de lujo y el crecimiento es perfecto. Todo apunta a muy buena cosecha", predice el enólogo. Aquí no hay más patrón que Dioniso y, al menos, se podrá brindar con buen vino cuando, como los bichos y las flores de este mes de abril, los fotógrafos, San Gregorio, San Martín y los demás patrones abandonados, en Conquista, Añora, Santaella, Montilla, Cabra, Pozoblanco, Montoro o Peñarroya, todos, recuperen la libertad.

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