Alto Guadalquivir

Montoro, el fogón de Andalucía

Unos jubilados, en la plaza de España de Montoro a mediodía.

Unos jubilados, en la plaza de España de Montoro a mediodía. / Tomás Coronado

Si Écija es la sartén, Montoro es el fogón de Andalucía. La afirmación la certifican los datos oficiales que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) recopila verano a verano. Llega San Juan y puede decirse que los elementos de la naturaleza se confabulan en este municipio del Alto Guadalquivir cordobés próximo a los 10.000 habitantes: un cielo azul y limpio coronado por un sol que ciega y que eleva los termómetros por encima de los 40 grados casi a diario, alcanzando con frecuencia la máxima de toda la península.

Un vistazo a esta pasada semana: 39 grados se alcanzaron el miércoles; 40,4 grados el martes; 41,3 el lunes. El récord absoluto, el éxtasis apolíneo, ocurrió en el verano de 2017: 47,3 achicharrantes grados centígrados el 13 de julio. El municipio se llenó de reporteros con un micrófono en la mano y un termómetro en la otra.

“A partir de las doce del mediodía no se me ocurre salir a la calle”, suspira Isabel Corredor, una vecina de 65 años que cuida de un bello patio donde estos días sobreviven -más que viven- 400 macetas. “Hay que echarles mucha agua y estar muy pendiente, porque algunas se fríen en el mismo día”, advierte la mujer desde su refugio de la calle Antón Díaz. Antes de las nueve de la mañana, “como muy tarde”, las plantas se quedan bien abastecidas con agua fresca. Algunas son “antiquísimas”, herencia de sus abuelos, explica, como las hortensias verdes y frondosas que algunas tardes le piden un segundo riego y le hacen trabajar el doble. Isabel es comprensiva y las vuelve a refrescar; eso sí, tienen que esperar hasta más allá de las siete de la tarde, cuando el sol empieza a caer y el termómetro, con levedad, ofrece una tregua.

Esfuerzo para subir un carrillo en una obra. Esfuerzo para subir un carrillo en una obra.

Esfuerzo para subir un carrillo en una obra. / Tomás Coronado

“La estación de Montoro que ha dado valores muy altos ha sido objeto de especial atención por parte de nuestros técnicos, que han determinado su funcionamiento correcto”, certifica con firmeza el delegado para Andalucía, Ceuta y Melilla de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), Luis Fernando López. Y advierte: “Es cierto que cuando trascribimos en un mapa los valores de temperatura, tendemos a imaginar que cada uno de esos datos se extiende por el entorno hasta el próximo. Y lo hacemos sin tener en cuenta las condiciones orográficas que seguramente modificarían el campo de temperaturas que consideramos prácticamente homogéneo, sin considerar las singularidades que se puedan presentar”.

Estas condiciones se observan en las ciudades: “Una orientación, una bocacalle abierta a un flujo de vientos, un parque, una zona de embotellamientos del tráfico o con escasa vegetación dan como resultado un mosaico de temperaturas que sería imposible describir”, dice el experto.

Traduciendo: que no en todos los rincones de Montoro la temperatura es la misma. Que aquella famosa tarde del 13 de julio de 2017 las hortensias de Isabel Corredor seguramente no alcanzaron los 47 grados, pues se habrían cocido como acelgas en un guiso de Cuaresma. “En definitiva, Montoro registra altas temperaturas como corresponde a su localización en el Valle del Guadalquivir, cuyo núcleo más caluroso podríamos fijarlo en el eje Andújar-Córdoba-Sevilla, y por su topografía local”, sentencia el experto. Y certifica así, en efecto, que en Montoro hace mucho calor.

Porque todo en el municipio parece predestinado a sufrir un estío de temperaturas de récord: el Guadalquivir que serpentea perezoso y cincela un paisaje de postal; la piedra molinaza local, de color rojizo, como macerada en el infierno y que da forma a iglesias, casas señoriales y escudos nobiliarios; las cuestas que suben y bajan… Hasta las noches son tropicales, y eso que el trópico más cercano, el de Cáncer, está a varios mundos de distancia, en Bahamas, Mauritania, India, Bangladés… El 26 y el 29 de junio el mercurio no cayó de los 20,1 grados, y el resto de noches ronda los 19.

La plaza de España, un quemador

Terrazas en la plaza de España, al atardecer. Terrazas en la plaza de España, al atardecer.

Terrazas en la plaza de España, al atardecer. / T. Coronado

El Charco y la plaza de España son los dos ventrículos del corazón que hace latir la localidad. Los une la calle Corredera, arteria comercial y vital, cubierta estos días por unos toldos de lona. A primera hora de la mañana los montoreños pasean con tranquilidad, siempre buscando las sombras, hacen cola en los bancos, van al mercado, charlan en las terrazas. Y conforme avanza la jornada llegan las prisas, los carros de la compra avanzan a trompicones, las mascarillas dejan asomar las narices, las puertas se cierran y las persianas caen.

El reloj de San Bartolomé da las doce y una bocanada de aire caliente, como un hálito pastoso, desemboca en ese momento en la plaza de España, donde confluyen la casa consistorial, la parroquia, los asuntos de importancia y más de 40 grados centígrados. El sol brilla sobre los cogotes y unos jubilados se levantan a cámara lenta de un banco de forja en lo que parece un movimiento de huida. Los montoreños bromean con que un mediodía de verano en este punto puede cauterizar unas hemorroides: si Montoro es un fogón, aquí deben estar los quemadores. A la cabeza se vienen todas las hipérboles posibles porque el CALOR aquí se escribe y se pronuncia con letras mayúsculas aunque apenas se levante la voz.

Hombres en una terraza. Hombres en una terraza.

Hombres en una terraza. / T. Coronado

“El Ayuntamiento lleva años trabajando para hacer una ciudad más habitable. En colaboración con el centro comercial abierto, se han instalado toldos para que el paseo de los vecinos sea más agradable. Y estamos inmersos en un programa de plantación de arbolado”, explica la alcaldesa, Ana María Romero (PSOE). Conscientes de que el cambio climático provoca veranos más largos y secos, la localidad también está poniendo su granito de arena en esta lucha: las noches de los viernes y sábados, de 21:30 hasta las 02:00, el tráfico está vetado en las principales calles comerciales, que quedan así al arbitrio de los peatones.

Este verano, además, coincidiendo con la llegada de la nueva normalidad, que ha variado muchos hábitos a causa del covid-19 pero no la llegada del calor, el Ayuntamiento ha programado visitas guiadas gratuitas a los museos y conciertos en la plaza de Santa María de la Mota en las noches de los fines de semana, anima a descubrir la alcaldesa. También acaba de abrir la piscina pública con todas las medidas higiénicas y de seguridad obligatorias, y el pantano del Arenoso, a unos minutos, permite la pesca deportiva. Y, por supuesto, está el parque natural Cardeña-Montoro, un paraíso medioambiental que espera a ser descubierto: “Tenemos muchas casas rurales muy bien acondicionadas y con buenos servicios. Es el momento de descubrirlas”, invita la alcaldesa.

Una aguja incandescente

Cruzando el Puente Mayor, en el barrio del Retamar, el bar Sol Zapatilla extiende los manteles. Desde el comedor, el casco antiguo se precipita sobre el Guadalquivir como una cascada de casas blancas sobre las que asoma la torre rojiza de San Bartolomé, una aguja incandescente. Hay que mirar varias veces: no es una fata morgana, aunque podría serlo. Desde el otro lado de la barra, Manuel Cabrera, el propietario, explica que fue su padre quien nombró “Sol” al negocio por razones obvias. “Aquí el solano da fuerte”, dice sin extenderse, porque no hace falta justificarlo en este rincón de Andalucía. Más tarde, lo apellidó “Zapatilla”, como la familia se conoce entre los parroquianos.

Vista desde el bar Sol Zapatilla. Vista desde el bar Sol Zapatilla.

Vista desde el bar Sol Zapatilla. / T. Coronado

Manuel el Zapatilla está especializado en servir platos de una huerta ecológica certificada que crece a unos metros del restaurante y que alimenta una carta que se nutre también de productos locales como el aceite de la Denominación de Origen (DO) Montoro-Adamuz. Aconseja el ajoporro (una variedad de cebolleta salvaje, muy sabrosa) en tempura con salsa romesco, el marrueco cocinado en horno de leña y ahora, en la temporada del tomate, acaba de incluir en la carta el imprescindible salmorejo, que tiene como base el fruto de la variedad óptima, jugoso y madurado en la mata como solo este sol sabe y puede hacer. El terruño también da tomates rosas y corazón de buey, los “mejores” para ensaladas o para comer a rodajas, con sus granos de sal gorda.  Y, para beber, “cerveza muy fría”: “Hasta las copas se guardan en el congelador”, desvela su secreto.

Dan las cuatro y los aparatos de aire acondicionado zumban como reactores en balcones y azoteas. Las calles se quedan vacías, solo transitadas por algún vehículo ocasional y por el calor, que adquiere a la hora de la siesta una entidad con peso, casi corpórea, y que es como un vecino vocinglero al que se le cierran las puertas. En Cantones o Don Lorenzo, incluso hay gruesas cortinas estampadas en las fachadas que sirven de parapeto contra la flama.

“Los del campo salimos a las seis y media de la mañana, que ya ha clareado, y nos volvemos antes de las doce”, explica Pedro Márquez, un agricultor que a sus 67 años vive una jubilación activa en una finca de olivos de sierra centenarios, “de la época de la desamortización de Mendizábal”.

Toldos en el centro de Montoro. Toldos en el centro de Montoro.

Toldos en el centro de Montoro. / T. Coronado

Los troncos leñosos se retuercen como esculturas cinceladas por el tiempo y las cosechas en estas tierras recalentadas que Pedro conoce tan bien. Desde 1964, en colaboración con la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG), mide con un pluviómetro las precipitaciones que caen en su olivar, con una elevación de 350 metros sobre el nivel del mar. “La última vez que llovió bien fue en 2013. La media es de 655 litros por metro cuadrado en el año agrícola, que empieza el 1 de septiembre, y ahora vamos por 550”, compara a disgusto.

Sobre el calor, solo puede decir lo que su cuerpo siente. Que antes del mediodía, cuando el sol alcanza su cénit, hay que cortar la labor. Estos días anda quitando “pasto” con una desbrozadora manual, pues “las yerbas secas son un peligro y pueden provocar un incendio” en el bosque, hogar del lince ibérico, que empieza donde las hileras de sus olivos terminan. Y no está la cosa para sustos: “El aceite no vale nada, la situación es límite”, dice. Una última advertencia que rezuma sabiduría popular incontestable: “El calor es malo, pero la sequía es lo peor. Eso sí que es peligroso. Antes los ciclos duraban cuatro o cinco años, y ahora llevamos siete”.

Entre Montoro y Villa del Río

Una carretera secundaria que desemboca en otra carretera secundaria se retuerce antes de llegar a la central hidroeléctrica de la Vega Armijo, propiedad de Endesa, donde la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) tiene instalado el pequeño observatorio automático que certifica que la zona soporta un calor de récord. A 163 metros sobre el nivel del mar y a orillas del Guadalquivir, la instalación que ha hecho dudar a los expertos, como la propia Aemet reconoce, se ubica en el término de Montoro, aunque el acceso es más fácil desde la vecina Villa del Río, ya en el límite con Jaén.

De ahí la rivalidad que existe entre ambas localidades cordobesas por ganar la etiqueta de ciudad más soporífera de Andalucía, con permiso de Écija: los villarrenses reclaman que el infierno les pertenece, y los montoreños insisten en que es de su propiedad. Mientras, el termómetro se recrea en una subida imposible aupado por las fuerzas de la naturaleza, y quién sabe si por algún ser de otro mundo.

Panorámica desde la plaza de Santa María de la Mota. Panorámica desde la plaza de Santa María de la Mota.

Panorámica desde la plaza de Santa María de la Mota. / T. Coronado

Suele decirse que en torno al 10 de agosto el hemisferio norte alcanza sus temperaturas más altas, como si el mundo guardara memoria del día en que San Lorenzo murió asado en una parrilla. En La Rambla, otro municipio cordobés que sabe mucho de calores, se le piden noches frescas y apacibles, que por algo es el patrón, aunque en Montoro a quien se reza es a San Bartolomé, que también fue martirizado, en su caso desollado vivo sobre un potro o atado a un árbol, según qué fuentes se consulten. Se le festeja el 24 de agosto, cuando las tardes han empezado a acortar pero el caserío de piedra molinaza desprende todo el calor cosechado durante los dos largos meses del verano.

En la víspera, el municipio experimenta algo así como un arrebato colectivo cuando las puertas del infierno se abren y la Diablilla se escapa, lo que tal vez podría explicar el motivo de estas temperaturas insufribles. La tradición es que el ser fantasmagórico de cabellos rojizos caiga desde la torre de San Bartolomé, como un fogonazo de ultratumba, en busca de los niños, a quienes da tirones del pelo si no llevan la medallita del santo anudada al cuello. Los más pequeños sienten pavor, y los adultos disimulan la carcajada burlona o ríen abiertamente, según el caso. “Estamos en conversaciones con la Diablilla y con San Bartolomé, porque lo mismo se escapa a pesar del coronavirus”, avisa la alcaldesa. Sea como sea, que no se olvide de la mascarilla. Y que traiga un botijo.

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