Ni una mala gamba
Los vientos de austeridad obligan a una ceremonia sobria, con mucha presencia de representantes institucionales, sobre todo del PP, en el momento histórico de la salida socialista de La Merced
"¿De dónde sacarán tanto dinero las diputaciones?", dice el cantante Joaquín Sabina que preguntó su padre en el lecho de muerte. Acostumbrado se estaba a ir al convento de la Merced y que lo trataran a uno como en un palacio, con sus camareros y sus canapés. Los tiempos de la austeridad , cachis, han reducido a su mínima expresión los fastos institucionales, como se pudo comprobar ayer en la toma de posesión de la presidenta Ceballos en la Diputación. Ni una fanta, ni un medio fresquito, ni una mala gamba como la de aquellos años. Y qué calor.
Presidenta, cuesta decirlo. Le costó al secretario general de la casa, Cristóbal Toledo, quien tiró de género masculino en varias ocasiones hasta que cayó en la cuenta de que el nuevo jefe es jefa. Día de muchachada popular llegada de los más diversos rincones para ver con sus propios ojos que se le han abierto las puertas de tan rancia institución, obligada, dice su nueva responsable, a efectuar un cambio de imagen ahora que se debate el ser o no ser, según González y Rubalcaba.
El duelo recibe en la puerta, decía un caballero socialista poniéndole un poco de humor al asunto. Estuvo Francisco Pulido, saliente, en una primera fila ocupada por todos los ex de la institución salvo Matías González (a quien nadie citó): Diego Romero, Julián Díaz, José Miguel Salinas, Rafael Vallejo y José Mellado. Algunos de ellos enemigos íntimos, de polémicas de las de antes. El ucedista Diego Romero recibió el homenaje del portavoz del PP, Andrés Lorite, quien dijo admirarlo por lo que le cuentan. Lorite tenía tres años en 1979.
En la Diputación, una casa seria, se promete ante la Constitución y se jura ante la Biblia, con crucifijo. Los populares y Rafael Gómez. Los socialistas, los de IU, y Baquerín, de UCOR, prometieron. El diputado Rafael Gómez -"esencialmente, un hombre bueno", dijo Baquerín, portavoz de UCOR- siguió ofreciendo alguna anécdota. A Rosario Alarcón, popular, se le olvidó la medalla de diputada. Y el constructor la llamó siseando. A su vez, a Rafael Gómez se le olvidó también que le pusieran el medallón, entregado en caja roja, como los bombones. Eso sí, el presidente de Unión Cordobesa declaró constituida la Diputación como está mandado, sin equivocarse esta vez. Entregó la vara de mando presidencial que es bastante más alargada y fina que la del alcalde de Córdoba.
Ayer era día de despedida en la Diputación, que es ese edificio con la fachada llena de trampantojos y un andamio que está al lado del bar Puerto Rico. Los socialistas pusieron fin a casi tres décadas continuadas de mando en la plaza -inexistente, imaginaria- de Colón-, institución que llegó a tener caja de ahorros, manicomio y hospital propio. Nos vamos, pero volveremos, decían en la bancada socialista, quien tiene de jefe de filas a Salvador Blanco, ex alcalde de Palma del Río, y quien pidió al nuevo gobierno que no tuviese la tentación clientelar. Clientelismo: Sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios, dice el Diccionario.
Todos los alcaldes populares -antiguamente, una especie tan rara como el lince ibérico- estuvieron de punta en blanco para saludar a los suyos como los de Fuente Obejuna, Cabra, Pozoblanco o Dos Torres. Y José Antonio Nieto, por allí saludando, quien intentó pasar desapercibido pero ya no puede, acompañado de todo el equipo municipal de gobierno. Uno de los vicepresidentes de la institución, Salvador Fuentes, es el contrapunto de Palma en el gobierno. Hombre obsequioso, repartió abrazos a diestra y diestra, que la siniestra en esta Diputación anda de capa caída. Juan Pablo Durán estuvo, saludó y se marchó. Y el único sin corbata, que para abrigarse estaba la sala, fue Francisco Martínez, de IU, quien -lo cortés no quita lo valiente- felicitó al PP y fue de los pocos en acordarse de los trabajadores de Locsa y Pérez Giménez.
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