Campiña Sur

Chiqui, la vecina de Montemayor que cada día rinde un homenaje desde su "balcón mágico"

Chiqui, disfrazada de hortelana, periodista y costurera.

Chiqui, disfrazada de hortelana, periodista y costurera. / El Día

Todo el mundo en Montemayor la conoce como Chiqui, aunque tiene un corazón tan grande como el torreón del castillo y una imaginación que daría para escribir los cuentos completos de Perrault. Antonia Uceda, el verdadero nombre de esta vecina de 47 años, se ha convertido con el paso de los días en protagonista involuntaria de cientos de miradas cuando el reloj marca las ocho de la tarde. A la hora en que las terrazas y las ventanas se llenan de ciudadanos agradecidos que aplauden a los trabajadores de los hospitales y de los servicios de emergencias por su labor entregada en la lucha contra el coronavirus, Chiqui sale al balcón de su casa para homenajear, a su manera, no solo a sanitarios y policías.

Con sus disfraces, cada día uno, cada día diferente, ha recordado a los niños que están encerrados en casa, a los cofrades que se han quedado sin Semana Santa, a los hombres y mujeres del campo que permiten que las despensas y los frigoríficos estén llenos, a los trabajadores de supermercado o a los periodistas que siguen la noticia al pie del cañón. De todos se ha disfrazado, en la piel de todos se ha metido ya: "Si para algo ha servido lo que estamos viviendo es para darnos cuenta de que estamos rodeados de gente muy valiosa y muy entregada", dice esta empresaria y madre de familia.

Como a tantos miles de cordobeses, a Chiqui Uceda el covid-19 la obligó a cerrar la oficina de seguros que regenta en Fernán Núñez y la encerró en casa junto a su marido, Juan Carlos Peláez, y a sus dos hijos, Carlos y Francisco Miguel, de 17 y 22 años. Una mañana, asomada al balcón, vio en la casa de enfrente a su "vecinito" con rostro triste. "La madre trabaja en una residencia de mayores y el niño pasa mucho tiempo con su abuela. ¿Quieres que nos disfracemos?", le preguntó para animarlo. El pequeño le siguió el juego y lo que empezó siendo un divertimento para alegrarle la tarde se ha convertido en una costumbre: cada día un disfraz, cada día un homenaje. La regla es no repetir.

El reloj da las ocho de la tarde y Montemayor espera el disfraz de Chiqui que, por qué no decirlo, tiene un vestidor que no responde a su nombre. "Es lo que todo el mundo me pregunta, de dónde saco la ropa", asume. Antes de dar la respuesta, al otro lado del teléfono se sienten unos puntos suspensivos... "He sido profesora de ballet clásico y monitora de baile salón. Guardo muchos vestidos de esa época. Tules, accesorios... Aunque lo importante es echarle un poco de imaginación. Todo el mundo tiene en casa herramientas y cachivaches para disfrazarse de casi de todo", anima a seguirla.

Colabora toda la familia. Sus propios hijos la ayudan a buscar y su marido hace la foto diaria que luego difunde en redes sociales, cerradas para la mayoría. Eso no le impide, sin embargo, que los comentarios y los likes le lleguen a borbotones. Cada vez más. Es como el dicho de la pescadilla que se muerde la cola, pero con disfraces, sonrisas y ganas de que las cosas cambien. Su punto de vista, está claro, es que hay que poner buena cara al mal tiempo: "La cuarentena no está siendo tan dura. Ha sido la ocasión de compartir más tiempo con la familia, porque en condiciones normales no podemos", reflexiona.

Las novias que se han quedado sin boda y con una primavera amarga, las costureras que de manera desinteresada confeccionan a destajo mascarillas y batas para que estemos más seguros, los pintores, los fontaneros y los electricistas que siguen al pie del cañón, los hortelanos que llenan las despensas, las mantillas de luto y sin procesiones, las bandas de música que se han conformado con tocar por internet, las azafatas que se han quedado en tierra o los periodistas que siguen las informaciones en jornadas inagotables. A todos ha homenajeado desde su "balcón mágico". ¡Gracias!

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