El trazo grueso de la historia es una sucesión de instantes. Vistos desde la distancia, lo contemplamos como el perfil de un electrocardiograma. Picos y valles. Nuestras vidas también son así. Pero es que la suma de nuestras vidas escriben la historia, formamos parte de ella, de un modo u otro. Ahora que se cumplen 50 años del fallecimiento de Franco, o, lo que es lo mismo, 50 años de libertad y de Democracia (costó, trataron de impedirlo de todas las maneras, pero no lo consiguieron), tal vez sea un buen momento para repasar todo lo que ha dado de sí este tiempo.
Hay quien puede creer que 50 años es mucho, pero en la construcción de la historia no es tanto, que siempre requiere de pausa y distancia. Uno de los picos más elevados en estos 50 años de historia tuvo lugar el 23 de febrero de 1981, con el frustrado Golpe de Estado, liderado por Antonio Tejero. Se trató de un intento, como ya habían hecho en 1936, de acabar con el Gobierno elegido democráticamente, para imponer una dictadura. Porque todos los golpistas eran franquistas. Por suerte, ese que se “sienten, coño” solo se ha quedado en meme (histórico, eso sí), pero no supuso el inicio de una recesión fascista, tal y como habían ideado sus perpetradores. Años más tarde, en 2009, el escritor Javier Cercas narró lo sucedido en su fabulosa crónica Anatomía de un instante, que cabe entenderse como una de las grandes obras de nuestra literatura.
El cineasta sevillano Alberto Rodríguez, en este 2025 que finiquitamos, ha convertido en una monumental serie de televisión la obra de Cercas, respetando su título original. Y respetando, igualmente, el espíritu del texto. Los mismos grandes protagonistas de la obra de Cercas, Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo (los tres que permanecieron sentados en sus asientos) y el teniente coronel Antonio Tejero. Alberto Rodríguez levanta su Anatomía de un instante a partir de un robusto guion, creado por él mismo junto a su habitual Rafael Cobos (de estreno en los cines con Golpes, no deje de verla) y Fran Araújo, en el que respeta la obra de Javier Cercas, pero que al mismo tiempo se adapta perfectamente a lo audiovisual. A partir de aquí, Rodríguez construye un relato que se mueve entre la historia, la política y lo real, que en ocasiones es un thriller memorístico, gracias al ritmo que le impone, pero que siempre es claro y nítido en su relato. Arquitectura que se sustenta en las estupendas interpretaciones de David Lorente (Tejero), Manolo Solo (Gutiérrez Mellado), un magistral Eduard Fernández (Carrillo) y un sorprendente Alvaro Morte, sí, el Profesor de La casa de Papel (como Suárez).
He de reconocer que la serie creada por Alberto Rodríguez me ha impactado. En primer lugar, por la dificultad para adaptar un texto tan complejo como el de Cercas, y que resuelve con una aparente fácil laboriosidad. En segundo lugar por su ritmo. Siempre el adecuado en todas las secuencias. Y tercero, por su enorme pedagogía. Más que necesaria en este tiempo esta serie, cuando se trata de extender una nostalgia fascistoide de un pasado que nunca existió, o sí, pero de otra manera, sin nada que elogiar, sino todo lo contrario. Hay una lección, dentro de esta historia, que los denominados “grandes” partidos deberían aprender: cuando flaquean, los melancólicos de ese tiempo atroz hacen todo lo posible por recuperar lo que siempre han considerado como suyo, y que no es otra cosa que el poder (y nuestra libertad). Son muchos los motivos para ver esta serie de Alberto Rodríguez, pero uno destaca sobre el resto: recuperar la memoria (de lo que no debemos ser, como país).