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Parece que los desaires marroquíes a España continúan viento en popa, igual que con Alemania, porque son los dos países que con más energía insisten en el cumplimiento de las obligaciones asumidas en su día con el pueblo saharaui, con motivo del tratado de "retrocesión" a Marruecos del territorio de Ifni por el Gobierno de Franco, en 1969. El bloqueo de las inmigrantes marroquíes en España en su vuelta a su país tras la recolección es el último mal gesto, pero aún resuenan en Ceuta las carreras de los miles de jóvenes marroquíes que se colaron azuzados por el Gobierno marroquí, o la prohibición de cruzar por España a quienes volvían a ese país para disfrutar de sus vacaciones. Para Alemania, la suspensión de relaciones diplomáticas y el bloqueo de las oficinas consulares germanas en Marruecos responde, según la prensa marroquí, a las "acciones hostiles y atentorias del Gobierno alemán contra los intereses superiores del país norteafricano". Son gestos altivos, por no decir groseros, de un rey medieval crecido tras el reconocimiento por Trump de su soberanía sobre Ifni.
La actitud española es de resignación afligida. Ningún mal gesto, nada de alzar la voz. Continuamos siendo el segundo socio comercial del país magrebí, y éste es el primer destino de la inversión española en África. Pero según se mire, Marruecos utiliza con España dos varas de medir, una gruesa, las acciones de conflicto social y el empuje de TángerMed enfrente de Algeciras con una fuerte competencia apoyada por Francia y la Renault; y la fina, que se desvanece por momentos, con melifluos gestos de amistad y el control medido de la frontera a cambio de gruesas subvenciones europeas.
De todo el panorama expuesto emerge un asombrado interrogante: ¿por qué razón mantenemos a Marruecos como socio principal de nuestra política africana? Los españoles apenas sabemos, apenas conocemos nada de los demás países norteafricanos, ni siquiera de Argelia, que está frente a Almería. Marruecos es estable y democrático, se dirá, frente al Argel recién salido de Buteflika o a la Libia que todavía ayer ejecutó a Gadafi. Por desgracia, Marruecos mira a España con lentes francesas, y su democracia apenas cabe en el recinto de su Parlamento, con un rey que físicamente cada vez se parece más al presidente-dictador de Corea del Norte. Una cierta rivalidad se palpa en la población marroquí cuando uno pisa, digamos, Tánger, y le dicen de primeras que ellos nos conquistaron durante varios siglos. Al cabo, el mayor aliciente para conocer Marruecos es el de su proximidad: se llega pronto, se llega fácil.
No podemos poner todos los huevos en la misma canasta. Diría más, no podemos permanecer sin alternativas políticas para el caso de que el rey alauí continúe la escalada. Es urgente continuar la senda iniciada con la visita del jefe del Gobierno español a Argelia en octubre pasado, acompañado de empresarios. Incluso hay que preguntarse si los contactos de Aznar con Gadafi hace unos años no deberían ser continuados con la nueva Libia. Pero al menos Argelia está más cerca, su viejo dictador Buteflika ha sido expulsado, y el actual presidente Tebún, un universitario que se rodea de universitarios, recuerda a nuestro Suárez en sus deseos de poner distancia con el pasado y entrar rápidamente en la democracia.
Hay algo más, y es lo mejor. Tenemos una fuerte sintonía con Argelia. Como decía en 2014 una publicación del Ícex español, "para Argelia somos la nación europea geográficamente más cercana, la que culturalmente guarda mayor relación con el mundo árabe y el único contrapunto de potencia regional que puede encontrar en la región para mantener una situación de cierto distanciamiento de Francia y de tensión permanente con Marruecos". Y lo cierto es que nuestros empresarios se han dado cuenta de ello y nos hemos convertido en el primer socio comercial de Argelia desde 2013, y somos su primer cliente comercial. Tras las recientes elecciones de este mes el país se moderniza y la fuerza del viejo partido FLN cede en beneficio de otros partidos jóvenes y moderados, así como de independientes: los islamistas del MSP quedaron solo en tercer lugar.
Un país cuyas juventudes sueñan con poseer la estructura de un Estado de las Autonomías como el de España, y que ha comprado importante material ferroviario a España en varias ocasiones, con la intensidad comercial recien descrita, bien merece que apostemos por su desarrollo en democracia y por su visibilidad para el público español. No es posible que sea una gran desconocida, cuando en la historia nuestro país ha tenido plazas fuertes en todo el frente costero argelino, y se habla español en algunas regiones de su territorio.
Hagamos de Argelia nuestro primero objetivo cultural y político de la región. No es difícil: lo están deseando. Es hora de ampliar nuestras amistades en el norte de África y de tomarnos en serio a ese continente. Lo cual no significa que volvamos la espalda a Marruecos. Es solo que, a propósito de sus desdenes, no tiene sentido permanecer llorosos en una esquina, sino que hemos de dirigirnos a ese otro gran país, Argelia, y entablar con ella una amistad duradera.
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