El mundo de ayer
Rafael Castaño
Formas de decir adiós
Punto de vista
Se han puesto de moda los oxímoron, un feo vocablo consistente en añadir una palabra otra que tiene significado contrario, pero que al unirse ambas, adquiere un significado propio. Por ejemplo, "secreto a voces", "lavado en seco" o "muertos vivientes". Y por seguir la moda la voy a usar en este artículo para describir una vivencia personal. Porque he llegado a la conclusión de que soy un viejo joven. Me explico: cumplí en agosto pasado 86 años y estoy, por tanto, muy por encima de la edad media de los españoles. De lo que no cabe duda es que con esa edad puedo considerarme viejo, sin presunción. Otra cosa es la esperanza de vida. Hay muchas estadísticas para su pronóstico, pero lo único cierto es que la esperanza de vida es mayor en las mujeres que en los hombres.
Centrándome en el título, dejando las disquisiciones, en mi caso no hay ninguna duda de que con mi edad, soy un viejo, pero lo de "viejo joven" se debe a mi aspecto antes aniñado y ahora bastante menos. Cuando estudiaba en la universidad de El Escorial, un compañero le dio por llamarme el niño porque para mí, estando los dos en el mismo curso, él tenía cuatro años más que yo. Dejé de ser el niño, pero gracias a los restos de mi aspecto que fue aniñado, todavía algunos me dicen que bien estás o algo parecido.
Se agradecen pero no me hago ilusiones. Recientemente he asistido en Sevilla al homenaje de despedida de un alto funcionario de las Cajas de Ahorros, que cuando yo fui presidente de la Cádiz, ingresó en la institución, ganando las oposiciones que por primera vez se celebraban en la institución. El informe de los examinadores no puede ser más contundente y favorable. En el acto, que tuvo lugar en un conocido restaurante sevillano, tuve cabal cuenta que el aspecto sirve de poco y que lo que importa es la edad. He escrito antes que el homenaje consistía en un almuerzo y efectivamente lo era, pero por una decisión (para mí bastante incomprensible), no nos sentamos a almorzar, sino que se celebró lo que los ingleses llaman lunch y aquí una copa con tapas y de pie. Había algunas mesitas en un extremo con sus correspondientes asientos. Por supuesto me senté en una de ellas con el pretexto que se divisaba la Torre del Oro y la Giralda. Pero fui el único que se sentó, siendo la asistencia numerosa y sin ningún joven, salvo la hija del homenajeado que tuvo la caridad de acompañarme en la mesa algún tiempo. Y casi todo el tiempo, Daniel Vázquez que fue también empleado de la Caja de Ahorros de Cádiz y con el que luego coincidiría en el Parlamento de Andalucía. Allí constaté lo que ya sabía: que soy un viejo joven.
También te puede interesar
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Formas de decir adiós
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Elogio de las fronteras
La ciudad y los días
Carlos Colón
El señor Pérez va a Madrid
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
El dilema de Ábalos y Koldo
Lo último