Cambio de sentido
Carmen Camacho
Siquiera un minuto de silencio
Gafas de cerca
Entenderse una persona a sí misma y en su entorno es una ardua labor. Un empeño filosófico, que a la postre es ineludible para los humanos; desconozco si este afán les sucede a los delfines o a los cigarrones. Por esa necesidad, los economistas neoclásicos tipificaron el homo economicus, para poder armar sus teorías a partir de características como la racionalidad o la búsqueda del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo. Aunque ya vamos con unos 200 mil años de demora, si hemos tenido el buen gusto de leer Sapiens, de Yuval Noah Harari (el original en hebreo es de 2011), sabrán que el homo de ese nombre -nuestra especie- es una criatura cuya historia debe estar más de moda que Casio vs Rolex o que si Madame Bovary era filipina, y que está candente por la cuenta que nos trae. Se trata de una cuenta filosófica: la de saber qué hacemos nosotros aquí, y cómo vemos a ese aquí y ese nosotros.
Tras mucha recomendación de un amigo zoologista, y después de haber habitado largamente en un anaquel de la casa familiar, por mor del Círculo de Lectores, acabé leyendo El mono desnudo de Desmond Morris, que a pesar de llevar 55 años escrito me pareció de bastante actualidad. "No somos nadie", decimos al saber de la muerte ajena. Pero lo que es muy probable es que no seamos alguien único. O alguien muy distinto de aquel proyecto evolutivo y simiesco con tan tremendo éxito como para dominar el mundo. Y hasta amenazar con cargárselo, como un animal soberbio que destroza su casa.
Más cándido y mucho más contemporáneo es el homo turisticus, una versión actualizada y decrementada del héroe sapiens y de sus parientes caídos en el vertiginoso camino de la historia. Un tipo que se desplaza por el mundo con menú y programa de visitas, pagados con dinerito fresco o a crédito. Una probable mutación genética que propicia la tecnología, más o menos desde hace tres décadas: el turista. Que viaja sin ser viajero, que vive aventurillas de ocasión y con red de salvamento, a lo largo y ancho del planeta finito. Y cuya abnegada existencia de 'finde' largo puede acabar por mostrarlo como un mono desnudo: hoy, con apenas algún grado sobre cero, me he cruzado con unos buenos pocos de turistas con chanclas y bermudas, con una tierna y rara vocación de livingstones de crucero o, mejor, de iluminados veraneantes, ajenos toda lógica. No somos economicus ni sapiens cuando somos turistas. Y capaces somos de ir demasiado desnudos en pleno frío polar. Por puro imperativo de guiri, guiri profesional. Te quedas heladito.
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