La esquina
José Aguilar
Salazar no es un dictador luso
Se avecina un tsunami político y no es precisamente el que ensayan en las costas de Cádiz. Es otro, más inquietante: el del silencio. Desde las seis y media de la tarde del jueves, el presidente del Gobierno y todo su gabinete han desaparecido del espacio público. Ningún ministro, ninguna ministra, ningún gesto. Solo un repliegue que parece diseñado para esquivar preguntas que, en cualquier democracia madura, se responderían sin sobresaltos. La detención y posterior ingreso en prisión de José Luis Ábalos, durante tantos años figura central del sanchismo, ha dejado al Ejecutivo paralizado. El ex ministro ha pasado ya dos noches entre rejas, acompañado por su colaborador más cercano, Koldo García. La investigación describe una trama que operó con absoluta normalidad dentro de la estructura del poder, aprovechando contratos públicos, favores internos y una red de intermediarios que durante la pandemia convirtió la urgencia sanitaria en un negocio. Ambos afrontan delitos que van desde la prevaricación a la malversación, pasando por tráfico de influencias y corrupción en su grado más descarnado. El juez ha subrayado que el ingreso en prisión no responde a una hipotética confesión ni a una estrategia de presión, sino al evidente riesgo de fuga. Las conexiones internacionales detectadas en la investigación, los movimientos económicos previos y la facilidad para abandonar el país configuraban un escenario incompatible con su libertad provisional. En paralelo, desde el PSOE se insiste en que no existe ninguna prueba que apunte al presidente. Una defensa cerrada, ciega, que busca blindar el liderazgo de Sánchez mientras la erosión política avanza de forma imparable. El Gobierno se encuentra en estado de shock. La derrota parlamentaria en la senda y el techo de gasto, unida a la imposibilidad real de aprobar los Presupuestos, dibuja un horizonte inestable que acerca al país a un escenario de elecciones anticipadas. El propio partido, especialmente las voces relegadas por el método implacable del presidente, deberá decidir si sostiene el relato oficial o si frena una crisis que amenaza con devorar la legislatura y mantener a España en estado de emergencia. Antes de un tsunami, el mar se recoge en un silencio extraño. Después llega el golpe. España vive ese instante suspendido, con un Gobierno escondido y una ciudadanía que desea ejercer su derecho a decidir por su libertad, merece algo más que la gestión sorda de una tormenta política que ya nadie puede minimizar.
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