Monticello
Víctor J. Vázquez
Más allá de la corrupción
El nombre de César González Ruano, una de las firmas en su día más prestigiosas del periodismo español del siglo XX, ha quedado reducido a las anécdotas reales o inventadas –él mismo cultivó su leyenda, seducido por los brillos de la mala fama– en las que el cronista madrileño encarna el tipo del dandi encanallado de moral turbia y maneras decadentes. Lo fue, desde luego, pero fue otras muchas cosas y no todas ellas detestables. No hay duda, por ejemplo, de que el joven Ruano, después de sus inicios modernistas, fue uno de los principales poetas del Ultra, lo que de cara a la posteridad tampoco ha sido de gran ayuda, pero por encima del resto de sus dedicaciones literarias siguen destacando dos facetas en las que fue un consumado maestro: la de ágil y excelente escritor de artículos y también o sobre todo –en ocasiones indisociable de la anterior, puesto que buena parte de su producción apareció primero en los diarios– la de extraordinario memorialista. Ambas confluyen en un delicioso libro, Siluetas de escritores contemporáneos, rescatado por Renacimiento con extenso e informado prólogo de Miguel Pardeza, que no en vano, aunque lamente haberse visto encasillado en ese perfil, ha sido el mayor reivindicador de Ruano desde que recopilara su Obra periodística en los primeros años del siglo. Como en Cansinos, de quien su en otro tiempo discípulo, fallecido un año después, alcanzó a escribir la necrológica, los recuerdos del retratista, compuestos en la segunda mitad de los cuarenta, alternan los nombres incontestables con otros de segundo orden o en algunos casos ínfimos –pocos identificarán hoy a Pedro de Répide o Federico García Sanchiz, si no es por haberlos encontrado en La novela de un literato– que revelan en no menor medida que aquellos el aire de una época. Aunque nunca del todo aclaradas, podemos entender las razones, referidas menos a sus simpatías nazi-fascistas o su falangismo de ocasión que a los nefandos mercadeos y oscurísimas andanzas en el París ocupado, por las que Ruano ha sido objeto de una expeditiva cancelación que suprimió el premio que llevaba su nombre y clausuró la línea editorial dedicada a recuperar su obra, pero una cosa es comprenderlas y otra sumarse a un boicot que es autosabotaje. Como en Mi medio siglo se confiesa a medias, cumbre del género memorialístico, el escritor muestra aquí su mejor literatura, la de un virtuoso del retrato volandero que sintetizó en estas mínimas caricaturas toda la gracia y el encanto de su arte.
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