
Crónica personal
Pilar Cernuda
Pedro Sánchez, un socio incómodo
El 28 de abril no solo se apagaron los interruptores; también se encendió, de forma inesperada, una pregunta profundamente existencial: ¿quiénes somos cuando todo aquello que nos sostiene desaparece?
Durante unas horas, la realidad quedó en suspenso. Sin pantallas, sin relojes digitales, sin GPS ni notificaciones, fuimos devueltos —sin previo aviso— a una versión más cruda, y quizás más auténtica, de nosotros mismos.
Nos creímos inmunes al silencio. Nos habituamos a vivir entre zumbidos de fondo, vibraciones, estímulos continuos. Construimos un mundo que depende de lo invisible, de una energía que no vemos pero que organiza cada gesto, cada vínculo, cada minuto. ¿Cuándo fue la última vez que cenamos sin el microondas encendido, que cruzamos una ciudad sin dejarnos guiar por mapas luminosos, que nos quedamos a solas con el sonido —íntimo, casi olvidado— de nuestro propio cuerpo? La noche, ese territorio que antes conocíamos bien, se ha vuelto extraña. En cuanto falla la corriente, no sabemos cómo habitarla, ni cómo mirarla.
El apagón no fue solo un fallo técnico: fue, en cierto modo, una interrupción ontológica. Una grieta breve en el relato del progreso. ¿Qué parte de nuestra identidad se desenchufa cuando falta la energía? ¿Cuánta de nuestra seguridad, de nuestra eficiencia, de nuestra propia noción de civilización, descansa sobre algo tan frágil como una red eléctrica? Y si basta un corte para dejarnos en pausa, si un instante basta para desorientarnos, ¿no es nuestra modernidad más vulnerable de lo que creemos?
Y sin embargo, en esa oscuridad, algo se reveló. Volvimos a ver el cielo más limpio que nunca. A escuchar el crepitar de una vela. A buscar el rostro del otro no en una pantalla, sino en la penumbra compartida. A sentir el tiempo no como una secuencia de tareas, sino como una respiración pausada. ¿No es irónico que, al perder la luz artificial, se nos revelen algunas verdades esenciales? Que el silencio nos devuelva aquello que el ruido constante había sepultado con eficacia.
El apagón fue breve, sí, pero dejó una pregunta encendida: ¿vivimos de verdad conectados, o solo enchufados? Tal vez haya que apagar para volver a ver. Tal vez la claridad no dependa de la luz, sino de la atención. Y quizás, solo quizás, lo esencial —aquello que realmente importa— nunca tuvo interruptor.
También te puede interesar
Crónica personal
Pilar Cernuda
Pedro Sánchez, un socio incómodo
Confabulario
Manuel Gregorio González
Un culo de hierro
En tránsito
Eduardo Jordá
La verdadera corrupción
La ciudad y los días
Carlos Colón
Elogio de Santiago Segura