Hace años que el debate político e ideológico no se ciñe a parlamentos. Hace tiempo que más allá de tertulias o foros intelectuales, en las redes sociales hay mucho que decir. Twitter o Facebook, cada uno con su código propio, han pasado a ser plataformas desde las que llegar y, ahí también los políticos, cuentan y trasladan lo que el community manager ha definido que deben proyectar. Es fácil sin embargo comprobar, que se usan esos espacios para convencernos más que de la bondad de sus programas o sus ideas, de la suya personal.

Cuando veíamos a Barack besando a Michelle con las dos niñas, los Obama quedaban lejos y, en todo caso, más cerca de estrellas del Hola que de un político de los nuestros, quienes pudorosos con su intimidad y por prudencia, eran ajenos a esa exhibición. Aquí eso no se estilaba, cualquier imagen parecida sería fruto de un robado, no de un posado.

Ahora la comunicación ha cambiado, la publicidad, el marketing y las formas de consumir información se han transformado. Más rápido, más ágil, mucho más frívolo. A golpe de dedo deslizamos pantallas que se suceden rápidas unas a otras y es obvio que hay que manejar ese espacio. No es algo acotado, todo el que quiera estar en el mundo, parece que tiene que estar ahí. No es solo cuestión de políticos, tengo colegas que han llegado a fichar a estrellas de redes para sus despachos. No es una crítica, ni una valoración, no va de acierto o error, pero llegados a esa realidad hay que ser cuidadoso con lo que se quiere mostrar.

Esta semana, y por capítulos, nuestro alcalde nos ha mostrado su rutina. Desde vídeos de Instagram -hasta ahora más alejada de contenido político- cual influencer codiciado, nos mostraba a un tipo sencillo y trabajador que se despedía de la familia en el adosado unifamiliar o convidaba a jeringos a capitulares y prensa en Un día cualquiera o Churros a pie de obra -que se titulaban los episodios-. Imposible no acordarse en determinadas escenas de El Show de Truman, en el que todo era falso, posado, con una espontaneidad irreal. Desde el no pago de los churros hasta el coche oficial, era imposible no pensar en el no mire a cámara-corten-repetimos. Truman no lo sabía, Bellido sí, por lo cual resulta todo aún más ridículo y esperpéntico.

Los vi varias veces, lo reconozco, los he compartido y me he reído mucho con muchos amigos. Pensé en Truman y en Remedios Amaya. Ay, ¿quién maneja mis redes, quién? Que a la deriva me lleva, ¿quién? Por aquí, alcalde, cero points.

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