Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
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Su propio afán
Unamuno nos aconsejaba sentir los pensamientos y pensar los pensamientos. Más humildemente, el columnista tiene que sentir los datos y cuantificar las sensaciones. Así, ¿no tienen ustedes la sensación de que el empeño de Pedro Sánchez de prolongar su presidencia se recibe, en líneas generales, con una resignación generalizada? Primero, sentemos los datos: Sánchez promovió una heterogénea moción de censura con la promesa explícita de convocar elecciones cuanto antes; lo hizo por la corrupción del PP, siendo la suya bastante comparable, si no más; ahora para ganar unos meses usa los presupuestos generales como unos instrumentos particulares. Y a pesar de todo, la opinión pública no es un clamor pidiendo elecciones ya.
Mi sensación es que la opinión no termina de tomárselo en serio. Se ríe de sus aviones, de sus fotos, de sus veraneos con el perrito, de sus viajes constantes; a lo mejor se enfurruña con las subidas de impuestos y con la humillación ante el nacionalismo catalán, pero sin grandes dramatismos. ¿Por pasividad política o hartazgo democrático? Puede, en parte. Pero también porque el instinto popular percibe que un hombre sin más plan que prorrogar su estancia en palacio tiene poco peligro a medio plazo. Además, la tensión social que pudiese acumularse se va liberando a través de un escalonado calendario electoral que ya en Andalucía ha servido de catarsis, y lo que te rondaré, morena.
También hay un instinto maquiavélico en el pueblo soberano que deduce que, a más tiempo de Pedro Sánchez en el poder, peor para el PSOE. En el pecado va la penitencia. El otro día, mi generoso amigo Eusebio León proponía la concesión un título nobiliario a Pedro Sánchez cuando terminase su mandato por el servicio a España de haber acabado con el PSOE. Yo propongo el Condado de Collige, virgo, rosam.
No existe conspiración, sino razones sentidas que explican esta resignación estoica de más de media España. Apostaría que quién más desea que convoque elecciones ya es Susana Díaz, antes que el cambio en Andalucía la fuerce a abandonar, porque malamente podrá hacer oposición ella con su historial. En cambio, las elecciones generales, con el consiguiente fracaso de Sánchez, serían la salvación de Susana. El resto de España parece aceptar este lento hundimiento por capítulos, como en una serie; dejándole al hombre que se agarre al sillón del avión cuanto pueda, como en un reality.
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