En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
El lunes murió doña Cecilia Giménez, autora de la célebre restauración del Ecce Homo de Borja. Restauración cuya celebridad fue fruto, como sabemos, de cierta impericia bienintencionada e ingenua, pero cuyo proceder no difiere, en absoluto, de otras intervenciones, prestigiadas incluso por la Unesco. Ahí tienen ustedes la Carcasona que restauró/inventó Viollet-le-Duc, siguiendo su particular idea del medievo. Un medievo, por otra parte, almenado y cortés, que dice mucho más del XIX que lo imaginó, que del propio periodo histórico sujeto a análisis. Pongamos otro ejemplo: antes de devolvernos lo afanado durante la Guerra de la Independencia, los restauradores franceses se empeñaron en traspasar a lienzo, con resultados discutibles, algunas de las tablas de Rafael que hoy figuran en el Prado convertidas en tela.
En fin, el gran contradictor de esta práctica invasiva, de la que doña Cecilia fue su epílogo involuntario y tardío, es el inglés John Ruskin, cuya idea crepuscular y ajada de Venecia es la que aún perdura en nuestra memoria. Ruskin ideó una Venecia espiritual, intocada, hija de la religiosidad y el brío del Medievo, como hoy los españoles hemos dado en imaginar –contra la abundantísima bibliografía disponible– una II República soleada y arcádica y una Transición criptofranquista que, a la manera de Clausewitz, prolonga la dictadura por otros medios (paradójicamente democráticos). Al historiador del futuro le corresponderá averiguar el porqué de esta doble idealización actual, que trivializa el periodo republicano, malogrado por el éxito y la fascinación de las ideologías totalitarias –nacionalistas y comunistas, en mayor modo– que trufaron la República de golpes de Estado; mientras que se deplora el exitoso periodo en el que España recupera, incruentamente, la democracia, con la excepción del golpismo nacionalista de Tejero y el crimen incesante –también nacionalista, con la propina del leninismo– de ETA (los asesinatos de la Triple A, el GRAPO y Terra Lliure no alcanzaron el relieve criminal de la banda del señor Otegi).
De entre este todas estas restauraciones a lo Violet-le-Duc, uno se queda, lógicamente, con el Ecce Homo de doña Cecilia (q.e.p.d). La evocación reaccionaria y lírica del pasado, o su deformación dramática, no son sino un mero gesto de autosatisfacción, tan pernicioso como inútil.
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