Quousque tamdem

Luis Chacón

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Nosotros pocos y felices

El discurso del día de San Crispín es, amén de una joya literaria, un sentido y emocionante homenaje al honor

Siempre es buen día para volver a los clásicos y más, si se trata de Shakespeare. El bardo narra nuestra propia humanidad. En las pasiones, sentimientos, miedos y pulsiones de todos sus personajes se condensa mucho de cada uno de nosotros y del mundo que nos rodea. Son hermosos y repulsivos, admirables y despreciables; transmiten grandeza y ruindad; experimentan el amor, el desamor, la venganza, el odio, la tristeza, la duda, la traición… Y además, para bien o para mal, siempre inspiran.

Quizá por eso, no pasa un 25 de octubre que no recuerde y relea la arenga de Enrique V a sus mermadas tropas en el campo de batalla de Agincourt. El discurso del día de San Crispín es, amén de una joya literaria, un sentido y emocionante homenaje al honor. Esa cualidad moral, hoy casi olvidada, que nos impele a cumplir recta y cabalmente con nuestro deber, sin vericuetos ni elucubraciones vanas. Un principio que informa nuestra forma de ser, vivir y comportarnos, pública y privadamente. Sin excusas, justificaciones, ni interesados cambios de opinión. Como contesta Pompeyo a Menas en Antonio y Cleopatra: “Debes saber que no es mi interés el que sirve de guía a mi honor, sino mi honor el que dirige mi interés”.

“Nosotros pocos, nosotros pocos y felices, banda de hermanos... porque hermano mío es el que vierta hoy conmigo su sangre; por muy humilde que sea, esta jornada enaltecerá su alcurnia, y los caballeros ahora dormidos en Inglaterra se considerarán malditos por no haber estado con nosotros, y se tendrán en poco cuando oigan hablar a alguno de los que combatieron con los nuestros en el día de San Crispín”. Pocos, hermanos y felices. Felices de cumplir con el deber, antes que traicionarse a sí mismos y lo que es mucho más abominable, a los principios en los que siempre han creído. O han dicho creer. El heroísmo no ha de buscarse. Sencillamente, se cruza con nosotros en mitad del camino. El héroe se erige sobre la propia humanidad del personaje, en la ficción, y del hombre corriente en la vida. Y sabe que ha de rodearse de quienes comparten con él tan eximios principios. De ahí que el rey grité al viento: “no nos gustaría morir en compañía de alguien, que no hubiese querido morir como compañero nuestro”. Pocos, felices y hermanos. Porque son esos lazos, tan invisibles e intangibles como recios, de la camaradería y el sentido del honor, los que nos hacen fuertes ante la adversidades de la vida.

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