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La ciudad y los días
Cuando la gran y elegante pianista de jazz Barbara Carroll falleció en febrero de 2017, el crítico Chema García Martínez -autor del imprescindible, para quien quiera conocer una parte importante de la historia musical de España, Del fox-trot al jazz flamenco. El jazz en España 1919-1996 o Esto es jazz, utilísimo para quien quiera adentrarse en el universo del jazz y se sienta desalentado por su vastedad- escribió en El País: "Era el ritual de cada viaje a Nueva York. Comprar el Time Out, degustar el primer hot dog a pie de calle, escuchar a Barbara Carroll en el Carlyle… momentos en que uno llegaba a creer que la vida puede ser realmente hermosa… Escuchar a Barbara Carroll -el pelo de un rojo encendido, los labios sensuales, la mirada incisiva- en el Bemelmans Bar del Carlyle constituía una experiencia más allá del tiempo y, casi, el espacio. Sobria, elegante, sofisticada… Su repertorio variaba noche a noche, si bien en él no podían faltar Cole Porter ni Duke Ellington... Una cosa está clara: Nueva York, sin Barbara Carroll, no será la misma" (Barbara Carroll: una cierta bohemia, 17-2-2017).
Les puede parecer exagerado y hasta esnob y pedante. Pero no lo es. Si Dios está en los detalles, como gustaban repetir Flaubert y Mies van der Rohe, eso que retóricamente (y si quieren hasta con un punto de cursilería) podemos llamar el alma de las ciudades también está en ellos. Los detalles en este caso son eso que para Spinoza -no será por citas de prestigio- era la esencia de todo ser: su esfuerzo por perseverar en su ser.
No la gran belleza de los monumentos y los museos, que por supuesto tienen su importancia como piedras miliares que marcan lo avanzado a través de los siglos, sino la pequeña belleza que señala nuestro avanzar a través de los días con una conexión emocional directa, un carácter especular que nos permite reconocernos, una memoria de como quienes aún estamos hemos vivido y los nuestros que ya no están han vivido. Cafés, comercios, teatros, cines, mercados, librerías, bares o tabernas que solo allí pueden encontrarse, con sus fisonomías definidas por una cultura que es una forma de vida, y plazas y calles que han ido modificando su fisonomía a través de los siglos perseverando en su ser y conservando su vida cotidiana, hacen el alma de una ciudad. Piérdanse y los monumentos serán islas de piedra estéril emergiendo de un mar muerto.
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