El habitante
Ricardo Vera
Suresnes
La tribuna
EL que la Justicia ande revuelta no es más que un síntoma de una enfermedad que aún tardaremos en curar. Un país que se dedica a legislar exclusivamente desde determinadas posturas ideológicas olvida que el paso insalvable del tiempo acaba siempre por poner las cosas en su sitio. La realidad se impone, y sólo la cabezonería de la autocracia, o esa suerte de teocracia contemporánea donde el dios de turno es sustituido por la creencia de turno, termina por ser el sustento de la realidad paralela construida para justificar todo.
El problema es que, mientras llega o no ese momento, muchos son los ciudadanos que se ven afectados injustamente por la aplicación de esa realidad alternativa que la ideología quiere implantar, a fuerza de costumbre, decreto, norma o ley. A lo anterior se añade el tiempo perdido, el inevitable retraso que, de haber afrontado en su momento lo que todos saben y muchos callan, le habría hecho estar en la vanguardia de una defensa real de los derechos de aquellos que les eligieron. Así nos ha ocurrido con la educación, en donde ahora estamos volviendo a remedios que los que andamos por la madurez ya conocimos, llegando tarde para unas generaciones que pueden alardear de estar, por primera vez en la historia de nuestro país, peor preparadas que su antecesora.
En este mismo espacio, otros mejores que yo han hablado ya de asuntos como la asignatura de Educación para la Ciudadanía o las últimas reformas que se van a instaurar en el Bachillerato. Aquí también podemos lamentar el tiempo perdido, los dislates de las argumentaciones de unos y otros que, lejos de ir al fondo de la cuestión --educar valores de convivencia, libertad y respeto, en la que las partes enfrentadas estaban de acuerdo- gastaron la pólvora en descalificar y amedrentar.
Thomas Jefferson afirmó que una opinión equivocada puede ser tolerada donde la razón es libre de combatirla. Sin embargo, la tendencia a amordazar la razón está cada vez más presente, siendo lugares como esta tribuna desde donde aún podemos aportar algo a la discusión libre que, aun equivocada, siempre es más sana que la doctrina sin discusión.
Todo lo anterior lo digo mientras leo una sentencia de un juzgado de nuestro país que, tras afirmar como hechos probados que un ciudadano ha mentido, ha manipulado, ha maltratado a su hijo, lo ha desescolarizado y ha elaborado falsas denuncias de amenazas, malos tratos y abusos sexuales infantiles contra su ex pareja, le sigue otorgando la custodia de su hijo menor. Tal vez alguno piense que el ciudadano que ha sufrido todo esto, perplejo ante semejante alarde jurídico, puede haber construido en su pensamiento un mínimo desencanto hacia eso que llamamos Justicia. A mí me preocupa aún más la opinión del otro, el que ha salido impune de semejantes actos, sin más consecuencia que haber sido puestos negro sobre blanco. Sea como sea, el juez ha hecho lo que se esperaba, y nadie le va a decir nada por la sencilla razón de ha dictado un sentencia en función de lo que se esperaba de él.
En Holanda el paso del tiempo ha terminado por hacer que la realidad se imponga y los políticos decidan asumir de una vez lo que todos conocemos. El país centroeuropeo ha inaugurado cuarenta centros de acogida para hombres víctimas de violencia doméstica, abriendo los ojos a una realidad más compleja de lo que se pueden permitir las ideologías. Estos centros ayudaran a estas víctimas de abusos físicos y psíquicos por parte de su pareja, pero también a las víctimas del tráfico de seres humanos, homosexuales rechazados o extranjeros prófugos de su religión, amenazados por no acatar las leyes que les obligan a no casarse con personas que no son de su credo y desafiantes de tradiciones religiosas que no desean se les imponga. Una respuesta a la complejidad real de nuestro mundo. Ciudades como Utrecht, Amsterdam, Rotterdam y La Haya se convierten así en las primeras en romper un tabú: la violencia hacia el hombre, pero también de asumir que la violencia es un problema que no tiene sexo, edad, religión o color determinado, es un acto que denigra al ser humano y sobre el que no hay que hacer distinción, porque no existe nada que lo haga diferente.
Todo surgió cuando los profesionales, encargados de llevar a cabo un programa de tratamiento de hombres maltratados, detectaron la necesidad de las víctimas varones. De esta forma, en los casos en los que se considere que está en peligro la integridad de la persona, se ofrecerá un refugio secreto y, en los casos más extremos, una nueva identidad a la victima.
En España esto ya se ha llevado a la mesa de trabajo de los políticos. Valientes profesionales han mostrado sus datos, la realidad con nombres y apellidos de sus usuarios, pero la respuesta ha sido muy distinta. Amenazas de despido para que se vuelva a guardar silencio.
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