Antes de escribir esta columna, he hecho pan. El pan es básico, simple. Pero tiene su arte. Se puede hacer un pan para salir del paso (si es así, merece la pena mejor un punto de pan caliente, de esos que le dan un punto ganso de calor que engaña: te lo dan muy blandito, pero al paso se queda chicloso y luego duro como un cuerno), un pan de aficionado (usando los ingredientes correctos, en su medida más o menos justa, pero sin alardes), o un pan verdaderamente pan (que responda a una estrategia de más tiempo, con su masa madre currada). Yo estoy recomenzando. No tengo lista masa madre (quizás la vez siguiente) y me he ido a la solución razonable de mezclar bien, amasar con brío dándole aire, y dejar reposar lo suficiente para que doble antes de hornear, un conjuntito equilibrado de agua, harina, su poquito de azúcar, su punto de sal, y el milagro expansivo en forma de levadura.

Quien hace pan sabe que esto es fundamental. Medir bien, que la harina más que doble en un poco el agua, mucho mejor una buena harina de fuerza, que no te pases con el azúcar ni te quedes corto con la sal y que el esfuerzo de amasar, aireando, para que la levadura trabaje, permita que sea aceptable. Luego estará el horno, que tienes que precalentar y después apretar para que se haga, creciendo un poquito más con el calor, que quede corteza resistente, pero vencible, y un blanco más o menos límpido en el interior, consistente pero esponjoso, intenso pero ligero. Que huela bien. Que sepa mejor. Que acompañe.

Lo he hecho mal antes. La lógica, cuando no aciertas, obliga a insistir, pero también a cambiar. No necesariamente para hacerlo mejor, sino sencillamente para hacerlo bien. Hacer pan es una elección. Yo siempre elijo. Insisto, cambio y elijo.

En seis días, seis, votamos. Los que hacen el pan la cagaron miserablemente. Seguramente porque hacerlo no les eleva. Ya venían elevados de casa. Como les salió mal, rematadamente mal, mala mezcla, poco amasado, mucha azúcar, nada de sal, se olvidó la levadura y la harina no era de fuerza, horno a tope mucho rato, (pan soso, ladrillo, quemado), vuelven al obrador para repetirnos. Es lógico. Lo he dicho, cuando no sale, hay que insistir. Pero también hay que cambiar: asimilar que para que merezca la pena, como mínimo, hay que ofrecer los ingredientes correctos para conseguir el producto final; las cosas que, lo haga quien lo haga, son precisas. Y de eso, poco. Por no decir nada. Se dicen panaderos y no hacen pan. Y, mucho menos, con sustancia, con masa madre. Pero, a pesar de todos nosotros, y, especialmente, de todos ellos, hay que hacerlo. Insistir. Cambiar. Elegir. Porque si no, la mierda de pan que nos den, nos lo tendremos que comer sin quejarnos. Y por ahí no paso. Si han hecho un pan como unas tortas, habrá que decírselo. Para que no lo repitan.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios