La navaja de Ockham

La tradición es la prima de Zumosol de la realidad que la defiende de tanto 'bullying' ideológico

Si me preguntan en plan Varguitas que "¿cuándo se jodió el Occidente?", pienso en Ockham. Lo del nominalismo no tuvo nombre. Y ahora viene la ley trans de Irene Montero y me da la razón. Ha impuesto el nominalismo sexual, el idealismo sobre los cuerpos, la abstracción materializada, el positivismo virtual. Para que un hombre se convierta ipso facto en mujer o viceversa no hace falta ni hormonarse ni informes médicos ni psicológicos ni ninguna amputación. Sin más navaja que la de Ockham: cambiarse de nombre en el Registro Civil.

El enconado conflicto entre las feministas partidarias de las mujeres biológicas y las feministas protrans es uno de los debates actuales más interesantes. Ahora está al caer la subdivisión entre trans aristotélicas, que requieran una transición real, y las trans nominalistas, que se acojan al poder mágico del cambio del asiento en el Registro Civil, esto es, a la potencia de la nomenclatura. Nunca el nomen fue omen con tanta intensidad y sin discusión posible.

La dificultad que yo veo a esta operación (idealista, sin tocar los cuerpos) es que los nombres son lo menos nominalista que existe. Recuerdo que, en los lejanos tiempos de la aprobación del matrimonio homosexual, defendí que quizá era mejor buscarle otro nombre, por respeto al hábito inmemorial de la humanidad y a lo que significó siempre "matrimonio". Ni caso. Ahora el lenguaje se ha buscado sus subterfugios y se habla de "matrimonio tradicional", nueva nomenclatura para referirse a la categoría paritaria de antaño. A muchos les da rabia el neo nombre, pero no a mí, porque me encantan los adjetivos, en general, y la tradición en particular. Además, me parece natural que la tradición sea el último refugio de la realidad. Su prima de Zumosol ante tanto bullying ideológico. Dentro de nada, ante la expansión paulatina de la mujer a distintos géneros y a cuerpos muy diversos, se empezará a hablar de una "mujer tradicional". No en el sentido de la que va con velo a oír las bellísimas misas en latín, sino en el más lato de cualquier señora en la que concurre la circunstancia de tener, curiosamente, cromosomas XX.

El lenguaje tiene la manía escolástica de adecuar el intelecto con la cosa a través de las palabras claras y distintas. Cuando le imponen un concepto abstracto, busca sus adjetivos (cada vez más sustantivos) para entenderse. La navaja de Ockham todavía no nos ha cercenado la lengua.

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