‘Misión imposible’, Dumas y Flaubert

La ciudad y los días

Al coincidir el estreno de la última entrega de Misión imposible con mi lectura de Los mil y un fantasmas de Alejandro Dumas (Valdemar), su prólogo me recordó lo que el exigente y autoexigente Flaubert escribió sobre Dumas en su genial, brillante, divertido, anticipador y venenoso manifiesto literario y estético Bouvard y Pécuchet que dejó incompleto y se publicó póstumamente, al que definió como “un proyecto en el que sacaré toda la cólera que llevo dentro para desembarazarme, por fin, de todo lo que me está ahogando, (…) en el que “vomitaré encima de mis contemporáneos la repugnancia que me inspiran”.

Lo singular es que involuntariamente, pretendiendo burlarse de ella, Flaubert hizo el mayor elogio de la literatura folletinesca de acción, suspense, aventuras y entretenimiento que las masas consumían por entregas a través de periódicos y revistas, y fueron el semillero del cine de acción y aventuras desde sus orígenes narrativos. “Alejandro Dumas –escribe Flaubert refiriéndose a sus lectores– los divirtió a la manera de una linterna mágica. Sus personajes, alerta como monos, fuertes como bueyes, alegres como pinzones, (…) saltan de los tejados a la acera, reciben horribles heridas de las que curan, son dados por muertos y reaparecen. Hay trampas bajo los suelos, antídotos, disfraces, y todo se mezcla, todo corre, todo termina yendo adelante, sin un minuto de reflexión”.

Ya están Ethan Hunt y Misión imposible descritas como última entrega en cine de una historia del entretenimiento como industria que se remonta en la literatura popular del siglo XIX a Dumas, Sue, Collins o Blackmore. Primero folletines, después seriales del cine mudo a los que se sumaron los radiofónicos y los del cine sonoro, son la fuente fundamental hasta hoy del cine fantástico y de aventuras, como anticipó el genio de Flaubert comparando las emociones que provocan los folletines de Dumas a los de una linterna mágica.

Lejos de decaer, la emoción de los relatos populares que procuran placer “sin un minuto de reflexión” y sin someterse a las exigencias de la Alta Literatura o Cultura, no solo siguen triunfando: también han recibido el reconocimiento crítico. “Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan”, escribió Borges de este personaje al que, como a toda la literatura popular, “rigen los vaivenes de variables lectores”.

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