NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
En 1936, el México nacido de la Revolución financió la producción de Vámonos con Pancho Villa, una obra maestra del cine mexicano, dirigida por Fernando de Fuentes. Más allá de la excelencia formal, lo extraordinario de esta cinta es su aproximación desmitificadora a la propia Revolución, la manera en la que exhibe la crueldad absurda del villismo y sus seguidores. Al contrario, por ejemplo, de buena parte de los muralistas, que sacrificaron su libertad al servicio de la causa nacional, el arte pugnó aquí por la autonomía de su propia esfera. Se trata, digamos, de un ejemplo único de creación políticamente no comprometida y de su grandeza. Que esto fuera así se explica bien por quién fue el guionista de la obra, Xabier Villaurrutia, integrante de un grupo de escritores mexicanos, los contemporáneos, caracterizados precisamente por su renuencia a ser serviles con el nacionalismo. Por esta no militancia, y por la homosexualidad confesa de algunos de sus miembros, como el propio Villaurrutia, el oficialismo cultural les tildó de afeminados, maricas o anales, usando una expresión de Orozco, que hizo fortuna. Gente, en definitiva, que por querer expresar a través del arte sus deseos recónditos y no la grandeza de la raza, pervertían la virilidad cultural de la Revolución. En un siglo donde mucha pretendida vanguardia no fue sino vasallaje, la grandeza moral y artística de estos contemporáneos hoy la juzgamos inconmensurable, como inconmensurable fue, en tanto arquetipo del artista, el escritor Reinaldo Arenas, a quien otra Revolución, la cubana, quiso reducir, por marica, a vivir como una “no persona”. No toda minoría es capaz de revertir el sentimiento de humillación y convertirlo en orgullo, como ha podido hacer la comunidad gay desde finales del siglo XX. De su extraordinaria fuerza cívica ha dado testimonio, hace unos días, la multitudinaria marcha que, desafiando la prohibición del nacionalismo viril, recorrió las calles de Budapest. Una marcha que, en nuestro tiempo, no puede interpretarse como meramente reivindicativa de la identidad de los Melegek de Budapest. Lo que en Budapest se defendió es una manera de entender la nación, como comunidad democrática de hombres libres. Una comunidad donde las diferencias no segmentan la sociedad política, como si ésta fuera sólo un archipiélago de soledades, sino donde, en palabras de Jorge Cuesta, uno de aquellos contemporáneos mexicanos, “la proximidad sea el resultado de nuestros individuales distanciamientos”.
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