EUROPA seguía escenificando con sangre lo que ensayaron en España del 36 al 39. Los diarios nacionales costaban 25 céntimos de peseta y en quioscos o librerías se vendía un álbum de Alcalde Molinero con dibujos de Manolete. Córdoba se había estremecido aquel enero de 1943 con el crimen de San Pablo, 6, el del barbero Francisco Reyes que acabó con la vida de Enrique Gallego por las 20.000 pesetas que había cobrado para el Banco Español de Crédito. En mayo, Franco visitaba la ciudad y el alcalde Jiménez Ruiz le pedía dinero para una nueva estación; el Real Club Deportivo Córdoba y el Stadium América veían a Rafael García Repullo Tinte ascendiéndolos de categoría. A tres horas de camino de aquella Córdoba, muy cerca de Elvira y en Guadix, el purullenense Ramón Sierra Hernández y la malagueña Rosario Córcoles Aguilera veían nacer a su hijo Ramón. Era un jueves 19 de agosto de 1943. A él se le sumaron Ángel, Francisco, Concepción y Matilde.
El niño Ramón Sierra Córcoles tuvo su primer contacto con la cultura de la mano de don Miguel de Haro: "Un Maestro, con mayúsculas", recuerda ahora, que endulzaba a los castigados con una jícara de chocolate. "Nos la traía su mujer, Herminia, en las tardes de siesta en el patio de su casa mientras leíamos las lecciones en voz alta". También Guadix fue su despertar rotundo a la Medicina, inspirada por don José Casas, el médico que lo visitaba a diario en el largo reposo absoluto de una infección tuberculosa a los 9 añillos.
Siguiendo la tradición del abuelo materno, en 1953 ingresó en el internado de Los Salesianos de Utrera (Sevilla): "Allí aprendí el lenguaje de los signos para comunicarnos en silencio entre los compañeros y descubrí la figura del sacerdote Eduardo Benot Rodríguez". Concluido el Bachillerato y sus reválidas en 1960, Ramón Sierra, cuarta generación de igual nombre, rompió la dinámica de su saga de letrados y optó por la Medicina. En Granada se alojó en el Colegio de San Bartolomé y Santiago los tres primeros años, concluyendo la licenciatura en casa de su tío Ángel, frente a la Facultad. Ese sería el hogar que lo vio como interno del Hospital Clínico.
Un 1 de abril de 1971, ya especialista en Anestesiología, Córdoba lo recibió diluviando. Había renunciado a las otras plazas, Málaga y Valencia. Por entonces ya era novio de una maestra de Bailén destinada en Andújar: "Me dirigía a Valencia, pero en Baza paré el coche y me pregunté: ¿Qué hago yo allí?". Córdoba estaba más cerca de la que sería madre de sus tres hijos, Isabel Cabrera Morales, con quien se casó un 13 de septiembre de 1971. Aquí nacieron Isabel, Ramón y Pablo.
El anestesiólogo que vino para tres meses, se instaló en la calle Albéniz con Vázquez Aroca y se jubiló un 19 de agosto de 2008, dejando atrás una labor impagable. Hizo guardias de puerta, alivió sufrimientos en la Beneficencia, en la Teniente Coronel Noreña, en el Materno Infantil del Reina Sofía o en la General del mismo hospital. Durmió al primer paciente del doctor Carlos Pera en Córdoba o a la primera del doctor Ramón Díaz en esta ciudad. Ya había comprado en Madrid el primer respirador que llegó a Córdoba por 16.100 pesetas.
Siguiendo la estela de los doctores Giménez Cabrera y García Munilla, creó la Unidad del Dolor en el hospital de Los Morales. Aquella planta con una mesa y una silla, que fue creciendo con la ayuda del gerente José Luis Ortiz y de la directora de Enfermería es ahora un referente internacional en calidad de vida. Hoy "achaca" sus méritos a la entrega de los hombres y mujeres, artífices de cualquier espíritu, como el llamado del Reina Sofía: "Los edificios no tienen espíritu; estaba en nosotros y nosotros se lo dimos".
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