Y mayo

Y tras dos mayos arrebatados, de silencios y distancias, regresa este mayo que, por ser como los de antes, es tan especial

Recuerdo que hace años, mis amigos y yo subimos a la azotea, provistos de petardos y cohetes (porque los petardos y los cohetes son cosas bien distintas) para festejar la llegada de mayo. Fue el anticipo de un gran de mes, repleto de diversión. Aunque la verdad es que recuerdo muchos mayos así. Este año, por los menos, los organizadores de los festejos han sido piadosos con los estómagos -y los bolsillos- de los cordobeses y visitantes y la Cata del Vino se ha celebrado en abril, porque yo recuerdo muchas en mayo. En Los Patos, o República Argentina. Mis primeros mayos fueron de Feria allí. Mi amigo Pepe vivía en los pabellones militares y yo lo envidiaba profundamente. A pesar del constante ruido, de los cortes de tráfico, del barullo, a pesar de todo, mi amigo Pepe abría la puerta de su casa y estaba en la Feria. Llegué a soñar que vivía en la casa de mi amigo Pepe, y la verdad es que me hubiera gustado, a pesar del evidente perjuicio que habría supuesto para mi salud. Garaje Victoria, la caseta de Veterinaria o del Prendimiento, la caseta del Círculo, aquella mitología de la Feria que aún muchos seguimos recordando. Recuerdo atravesar las Tendillas a pleno sol, con aliento de caverna y mostaza en la comisura de los labios. Para finalizar, siempre un perrito, hamburguesa o lo que fuera aquello en un establecimiento con apellido vasco. Con apellido de componente de Mocedades, y esto es un guiño que los más jóvenes no entenderán. Pero hasta la Feria había un mar de emociones y fiestas que atravesar, y sobrevivir. Mi casa estaba junto a una Cruz de Mayo, la de Jesús Nazareno. Aquello no era como lo de mi amigo Pepe, pero también tenía su cosa. Pinchitos, flamenquines, tortilla y pimientos en barra de aluminio. En ocasiones, la arquitectura de la felicidad es más simple de lo que podemos imaginar. Las Cruces, como las casetas, también contaban con su propia mitología, que en gran medida es muy parecida a la actual. Santa Marina, Viana, Bailío o Veterinaria. Cuántos viajes de fin de curso les hemos pagado a los veterinarios.

De niño recorríamos las calles con nuestras Cruces de Mayo, y nos sacábamos un dinero, hay que reconocerlo. Para desgracia de mi madre, que veía como las flores de sus balcones desaparecían. Muchos en mi barrio tardaron en acostumbrarse a la fiesta de los Patios, y me incluyo entre ellos. Costaba entender que esos patios a lo que iba a recoger a mis amigos o a visitar a familiares se convertían en un objeto de exhibición. Era como si el banco del platero se lo llevaran a un museo. Me costó acostumbrarme a las colas para acceder a un patio, pero a día de hoy la reconozco como tal vez la fiesta más genuinamente cordobesa, ya que para disfrutar de los Patios sólo lo puedes hacer viniendo a Córdoba. Hay otras ferias, otras catas, y hasta otras cruces, pero Patios sólo aquí. Miro el calendario y veo mayo y una avalancha de recuerdos regresan a mi cabeza, la mayoría muy agradables, eufóricos, y uno especialmente doloroso. Y pasados los años, desde la distancia, se siguen manteniendo intactos, como esa pisada que se queda en el cemento fresco.

Y tras dos mayos arrebatados, de silencios y distancias, regresa este mayo que, por ser como los de antes, es tan especial. Un mayo que queremos -y necesitamos- que sea como siempre, a pesar de los precios, Putin, las mordidas, las elecciones y ese chisme de escalera que nos sorprende a primera mañana. Sumar -añadir- recuerdos a la memoria, buenos recuerdos, agradables, cálidos. Ordenar la memoria en positivo. Seguramente ese es el objetivo que no le confesamos a nadie, y borrar el dolor, o hacer como que no existe. En Córdoba mayo es más mayo, es casi una hipérbole, una nueva definición, un sueño del calendario, la concentración de lo que en otros lugares se disfruta en todo un año. La gaseosa agitada de las fiestas. Toca abrir la botella y beber directamente de ella sin temor a que nos manche la camisa. Ya habrá tiempo de limpiarla.

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