Tras cuarenta días de búsqueda, suponiendo como casi todos desde el primero que el malnacido las había matado y arrojado al mar para después quitarse la vida, pero esperando, como todos, que se las hubiera llevado lejos, dejando un rastro de pistas falsas, se ha constatado la evidencia del peor presagio. Las mató. Y las arrojó al mar. Cobra fuerza también que, como al principio pensamos, se haya suicidado. Me pregunto cuando ocurren atrocidades semejantes por qué no lo harán estos monstruos al revés, por qué primero no se quitan la vida ellos y, así, fin de la historia.

Nadie, sea padre, madre, o no, puede entender esto porque, de común, rechazamos la maldad. Pero la maldad existe. Y en ocasiones nos golpea de una forma horrible. No sirve de nada comparar con otros sucesos, aunque es comprensible que lo hagamos. Y para el dolor enorme de la madre, que queda viva, pero muerta en vida, amputada en su interior de una forma irreparable, poco importa que esta violencia se califique. Es violencia machista, claro, porque el machismo mata, pero es, sobre todo, una violencia atroz. Para la madre, es la violencia que se ha llevado por delante a sus hijas de la mano de su padre. El drama es enorme porque, probablemente, ahora mismo, esa mujer ni siquiera se concibe a sí misma como víctima, que lo es; al contrario, puede que se culpe indirectamente porque el asesino no la eligió a ella como víctima primaria, no la mató a ella, sino a sus hijas, por las que se cambiaría de inmediato sin dudar. Esa es la gran traición de esta maldad infinita, que mata sin matar a quien queda vivo, porque mata matando, y de qué manera, a quien debe proteger, a quien tú más quieres. El daño por la muerte se multiplica porque te quedas para verlo, porque lo ha hecho para que lo veas. El daño colectivo es que ninguna prevención puede impedirlo.

La investigación y la búsqueda continúan para encontrar el cuerpo de la otra pequeña y el del asesino. Ojalá sea pronto para que la madre pueda vivir el duelo como primer paso para seguir como sea adelante. Encontrar a las dos niñas cerrará la poca incertidumbre que resta y probablemente abrirá el relato truculento de los hechos, necesario para la investigación, pero cuya exposición pública es menos precisa. No necesitamos los detalles para reconocer la incalificable condición del asesino. Y sobre éste, pocas posibilidades hay de que esté vivo para poder descargar la ira que nos sugiere. Nos privará de lo que es normal que deseemos para él: un larguísimo castigo sin perdón. Por fortuna, no somos malos.

En momentos como este, cuando mis peores sentimientos e impulsos cobran fuerza, agradezco que exista el derecho para que trabaje por mí y no me satisfaga. Agradezco poder quejarme de que el castigo, si lo hubiera, fuera insuficiente. Agradezco que nos sustituyan. Porque si no fuera así, si no hubiera justicia, hasta la venganza sería poca cosa.

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