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Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Vivimos tiempos propicios para el retorcimiento de la Historia. Es lo que pasa cuando la memoria colectiva se utiliza para levantar muros y cavar trincheras y cuando la manipulación hace que las emociones se pongan por delante de los hechos. Está pasando estos días con lo que se lee por ahí con motivo del cincuenta aniversario de los últimos fusilamientos del franquismo. El 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de que Franco muriese, una dictadura agonizante y herida ejecutaba a cinco jóvenes tras farsas de juicios militares, sin las mínimas garantías procesales y en los que lo que menos importó fue demostrar la inocencia o la culpabilidad de los acusados. Se trataba de dar un escarmiento y de demostrar que el régimen mantenía los resortes del poder. Fue al mismo tiempo un crimen y un error que aceleró la putrefacción de un sistema al borde de la tumba.
Hoy, en un ejercicio más de revisionismo, se quiere presentar a aquellos muchachos como luchadores por la democracia contra una dictadura que negaba las libertades. Es mentira: los fusilados eran, por lo menos, tan poco demócratas como sus ejecutores y querían cambiar la dictadura de Franco por la del proletariado. Dos de ellos, los activistas de ETA, perseguían la instalación en el norte de España y el sur de Francia de una república hipernacionalista con modelos en la Cuba de Castro o la Argelia de Bumedián. Los otros tres, los del Frente Antifascista Revolucionario Patriótico, lo debían tener incluso más claro: convertir la Península Ibérica en una dictadura estalinista como la que en aquellos años sojuzgaba Albania bajo el mando del siniestro Enver Hoxa.
Aunque los últimos años del franquismo fueron tiempos de confusión ideológica, cuando se cometieron los asesinatos que dieron lugar a las penas de muerte, la lucha por la democracia estaba muy alejada del terrorismo. El Partido Comunista hacía tiempo que había abrazado el eurocomunismo y el PSOE acababa de hacer en el congreso de Suresnes el tránsito que, en democracia, lo convertiría en una fuerza hegemónica. Por esas vías, y por otras, se movían los esfuerzos que harían que a la muerte de Franco todo cambiase en España. Los fusilados de septiembre de 1975 podían ser unos jóvenes idealistas. Pero nunca lucharon por traer la libertad.
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