Confabulario
Manuel Gregorio González
Valéry , 1918
Alto y claro
Seguro que recuerdan dónde estaban y qué hacían en la mañana del sábado 14 de marzo de 2020, cuando Pedro Sánchez, aparentando una seguridad impostada, salió en televisión para hacer oficial algo que ya se sabía: que el Gobierno nos encerraba en nuestras casas para combatir un virus fuera de control y con una enorme capacidad destructiva. Recuerdan esa fecha porque en aquel momento cambiaron muchas cosas y nada volvió a ser como antes. Terminaron, quizás para siempre, las certezas y las seguridades que habían gobernado nuestras vidas. La pandemia nos metió en la era de las grandes incertidumbres, de la que no hemos salido ni parece que vayamos a salir. Hasta que apareció, nos movíamos con facilidad sobre un mapa que creíamos conocer bien. El sentido de la Historia, con sus más y sus menos, era una línea recta en la que el futuro era siempre mejor que el pasado y el progreso no se detenía. De pronto, una enfermedad incontrolable nos devolvía la Edad Media, a las grandes pestes que diezmaban poblaciones con una crueldad que ni por asomo nosotros pensábamos que íbamos a conocer en carne propia.
Sin embargo, ahí estaba. Encerrados en casa, lavándonos las manos con meticulosidad de psicópata o introduciéndonos en los arcanos del teletrabajo, nos preguntábamos cómo nos podía estar pasando eso a nosotros. A los superhombres y las supermujeres del siglo XXI que habíamos transitado desde lo analógico a lo digital, que estábamos conociendo una medicina que derribaba barreras y que se atrevía, con terrible arrogancia, a coquetear con la inmortalidad. De pronto veíamos autoridades políticas y sanitarias desbordadas y que no sabían por dónde tirar, sistemas hospitalarios saturados y sin capacidad de respuesta o residencias de ancianos convertidas en siniestras morgues. Todo ello en medio de calles desiertas, con una soledad que parecía sacada de una pesadilla.
Nadie fuera capaz de dar una explicación plausible de cómo, y por qué, se nos echó encima un mundo distópico que rompía todas las reglas. Con la enfermedad todavía dando coletazos, los efectos sociales de lo que supuso la pandemia aún están por manifestarse en muchos aspectos. Pero algunas cosas las tenemos ya claras: nos hemos adentrado en el territorio de las incertidumbres. Hemos aprendido que lo que hoy vemos como un edificio a prueba de terremotos mañana puede ser una montaña de escombros que nos deje sepultados.
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