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Antes de que acabe noviembre quiero recordar el cincuenta aniversario de la muerte de François de Roubaix, la mayor tragedia que ha vivido la música de cine francesa junto a la de Maurice Jaubert. Tragedia por la pérdida de dos vidas jóvenes y por privarnos de cuanto hubiesen compuesto de no morir tan tempranamente.
Jaubert –que como compositor, defensor y teórico, es el padre de la música cinematográfica europea– era un compositor de la vanguardia musical que amaba el cine, al que dedicó entre 1929 y 1939 obras maestras para películas de Renoir, Vigo, Clair, Carné o Duvivier, entre ellas L’Atalante, 14 de julio o El muelle de las brumas. Murió en el frente, con 40 años, el 19 de junio de 1940. Truffaut lo homenajeó, sacándolo de un relativo olvido, utilizando su música de concierto y de cine en El diario de Adela H. y La habitación verde. La primera interpretación mundial en concierto de sus composiciones para el cine –saquemos pecho– inauguró en 1986 la primera edición de los Encuentros Internacionales de Música de Cine de Sevilla en un concierto dirigido por el truffauniano Georges Delerue (hubo grabación discográfica que pueden encontrar en Spotify).
François de Roubaix pertenecía a otro universo musical y otra época del cine francés. Era un multi instrumentista y compositor autodidacta que conjugó la tradición de la música francesa, el jazz y la experimentación electrónica con un estilo personalísimo que desarrolló, como Jaubert, solo en una década, entre 1965 y 1975, en la que compuso 40 bandas sonoras para la televisión y el cine. Trabajó con Julien Duvivier, Jean Delannoy, Yves Boisset y sobre todo con Robert Enrico y José Giovanni, creando las extraordinarias bandas sonoras de Los aventureros, Caza sin cuartel, Último domicilio conocido, El clan de los marselleses o El viejo fusil.
Pero su gloria, lo que le coloca en el panteón de los compositores inmortales asociados a una obra maestra absoluta del cine, fue componer, con 28 años, la extraordinaria, escueta, esencial música de Le samouraï (El silencio de un hombre) de Jean Pierre Melville en 1967. Murió el 22 de noviembre de 1975 en Tenerife al quedar atrapado entre unas rocas mientras practicaba submarinismo. Tenía 36 años. España, entonces, estaba en otras cosas.
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