Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Tribuna de opinión
Hace unos días pude visitar la impresionante iglesia de Villacarrillo, la parroquia de la Asunción, obra de Andrés de Vandelvira declarada Monumento Nacional. Coincidió con que estaban limpiando un equipo de feligresas voluntarias y ellas nos la enseñaron muy orgullosas. Comentaban que la iglesia no era de los curas, era de todos, que los sacerdotes pasaban, pero el pueblo permanecía.
Ayer se ordenaron ocho nuevos presbíteros en la Diócesis de Córdoba. Ocho jóvenes que han seguido la llamada de Dios, lo han dejado todo y se disponen a servir a todos. Esto no tiene una explicación fácil hoy, con el duro ambiente que nos toca vivir de materialismo, egoísmo y consumismo.
La Iglesia la formamos todos los bautizados, todos estamos llamados a la santidad, todos nos incorporamos a Cristo y debemos ser otros Cristo. En ella caben todos, como repite el Papa; la mayoría está llamada al matrimonio, a dar gloria a Dios con el amor humano, a formar una familia y vivir la paternidad. Otros, que no reciben el don de los hijos, pueden ejercer esa paternidad dando amor y calor a muchos. Otras personas permanecerán solteras y podrán dedicar tiempo y atención a los suyos, a sus amigos.
También Dios llama a unos pocos a ser especialmente suyos en el sacerdocio, la vida consagrada o en la entrega a los demás en medio del mundo. Jesús les llama a la preciosa vocación del celibato apostólico, a darle el corazón entero, indiviso. Yo, que soy sacerdote, no lo considero como una renuncia, sino como otro enamoramiento, una ganancia: he encontrado al Amor de los amores. Así lo consideran los jóvenes recién ordenados.
Álvaro, uno de ellos, comenta que ha descubierto el celibato como algo muy bonito: “entregarle alma y cuerpo a Él es una experiencia muy bonita, no me imaginaba que fuera tan precioso”. De todos modos, no es lo único que le ha costado entregar: “He jugado toda mi vida al fútbol, aquí en Córdoba y en el Osasuna, en Pamplona. Esta fue la auténtica prueba de fuego. Ahora me ha fichado el equipo eterno que tiene al Mejor Entrenador, y que promete darme el ciento por uno”.
Otro joven ordenado, Jesús, dice: “Mi llamada surge en el seno de una familia creyente e implicada en la vida de parroquia y de colaboración en la Delegación Diocesana de Misiones. El testimonio de mis padres y de mis abuelos ha contribuido a formarme y crecer en el camino de la fe”.
También se ordenó sacerdote hace poco un joven más mayor, José de la Pisa. Es numerario del Opus Dei y durante 25 años ha estado al servicio de la Armada, donde llegó al rango de teniente coronel de Infantería de Marina. Ante la pregunta sobre en qué se parece el ejército al sacerdocio, responde: “¡Yo diría que en todo! Es una vida de servicio a los demás, de disposición permanente para ayudar al otro, de ponerte en su lugar, de defenderle, de acercarle a Cristo, de acudir allí donde hacen falta brazos, bien para detener una masacre, bien para responder ante una emergencia, o para detener una invasión; bien para llevar el consuelo la misericordia y la esperanza de Dios".
“Me planteo mi servicio sacerdotal del mismo modo que me planteaba mi servicio en las Fuerzas Armadas. Quiero ayudar a los demás, quiero poder servirles en aquello que ellos o no pueden, o no son capaces de hacer, y quiero servir en aquello que sea importante”.
Ángel, seminarista, dice: “Desde muy pequeño recuerdo tener muy presente la llamada a ser sacerdote, sobre todo cada domingo en la eucaristía, al salir de monaguillo y, sobre todo, el momento de la Consagración me cautivaba”. “Sacerdote es aquel que da su vida para entregar al que es la Vida”.
En el Evangelio vemos cómo Jesús realiza dos grandes milagros: resucita a una niña y cura a una enferma que toca sus vestidos. Leemos también en el libro de la Sabiduría: “Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos”. Sigue derrochando gracias, vida, amor; y lo hace sirviéndose de sus hijos. Hoy, que nos fijamos especialmente en los sacerdotes, los vemos como una transparencia suya, como sus manos que curan y acarician, como su voz que enseña y consuela. “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús. Si comprendiésemos bien lo que es el sacerdote, moriríamos, no de pavor, sino de amor”, decía san Juan María Vianney.
Pero los sacerdotes no vienen caídos del cielo, surgen de las familias cristianas. Han aprendido de sus padres el amor. Quisiera rendir un agradecido homenaje a los padres que generosamente educan a sus hijos en el amor de Dios, que, con su generosidad, hacen posible que surjan nuevas vocaciones. Si tenemos fe, siempre será un orgullo ver que nuestros hijos se entregan a Dios y deciden vivir para los demás.
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