NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Cuando Nietzsche dijo que el pueblo necesitaba consuelo colectivo, nunca imaginaría que ese consuelo llegaría en forma de Packaging Premium o Preventa Online. Ya no esperamos una promesa de cambio: esperamos el nuevo drop, ese anglicismo que esconde el último lanzamiento de un producto, efímero, exclusivo.
El hype es dopamina en diferido: una microdosis de ilusión, un aplazamiento de la realidad. Se alimenta de promesas que no necesita cumplir; le basta solo con prometer. Hype proviene de hipérbole y define la generación de expectativas exageradas en torno a un producto, una persona, una situación. Una técnica de marketing que ha saltado a las redes sociales para invadirlas a diario.
El hype es un envoltorio sin regalo, un prólogo sin novela, la promesa que parece que basta por sí sola, la espuma sin cerveza. Fabricamos expectación para distraernos de lo evidente: y muchas veces lo que llega nunca alcanza lo que se había prometido.
Vivimos entre avances y anuncios que se devoran unos a otros antes de incluso materializarse. Convertimos esa espera en identidad.
Poder elegir sin excesivas influencias es quizás el último lujo. La calidad no hace ruido a priori, pero permanece cuando se disipa la burbuja de ese falso entusiasmo que nos intentan vender.
Porque, al final, ¿qué otra cosa es el hype sino otra forma de posponer un deseo que nos han generado? Una ilusión de movimiento que, en realidad, nos mantiene quietos, perfectamente domesticados.
Sin embargo, el criterio propio no necesita que una tendencia le indique qué querer, cómo quererlo y cuándo quererlo. Sabe reconocer la calidad, valorarla y distinguir lo auténtico de lo ruidoso.
En un mundo saturado de novedades desechables, volver al origen puede ser un acto revolucionario: elegir menos pero mejor, apostar por lo que permanece. Cuidar como una pieza artesanal donde aún se siente el pulso de quien la hizo. Porque, al final, es nuestra libre decisión, no condicionada, lo que nos da forma.
La autenticidad no solo nos distingue: nos salva de perdernos en la niebla de lo que todos desean o creen desear a la vez.
También te puede interesar
NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
Encendido el alumbrado
Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
La Inmaculada Concepción
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Un empacho de Juanma