En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

La gran lección del Mundial'82

Va a hacer 40 años y parece que fue ayer cuando en España se jugó la fase final de aquel Campeonato del Mundo de Fútbol que tenía por mascota a Naranjito, ese cítrico vestido de futbolista. A algunos nos tocó disfrutarlo en edad adolescente y por eso igual lo recordamos con una nostalgia con la que no recordamos otros mundiales -bueno, quizás, sí, el que España ganó en Sudáfrica-. Empezó el 13 de junio con un partido inaugural que jugaron Bélgica y la Argentina de un Maradona que estaba llamado a ser la estrella de la cita. Una estrella a la que apagaron la Italia de un Paolo Rossi en estado de gracia y la Brasil de un largo etcétera de fenómenos futbolísticos como eran Zico, Sócrates, Falcão, Eder... Recuerdo aquel partido inaugural vivido en el bar que regentaban los padres de quien es ahora alcalde de Belalcázar, Francisco Luis Fernández, celebrando su cumpleaños, que había sido semanas antes, atreviéndonos a coquetear con la ginebra. Como recuerdo aquella segunda fase en la que España no pudo con la República Federal Alemana e Inglaterra, aunque soñáramos con el milagro, una segunda fase que me vi entera en el bar de mi amigo Hillo, donde disfruté de los partidos de ese grupo 3 -el de Argentina, Brasil e Italia-, sobre todo del enfrentamiento entre brasileños e italianos, que sigue siendo recordado como el mejor de esa Copa del Mundo. El delantero Paolo Rossi, que venía de cumplir una inhabilitación de dos años por las apuestas clandestinas, reapareció cuando los suyos más lo necesitaban con un hat trick que hizo inútiles los tantos de Sócrates y Falcão. Italia se impuso a la canarinha por tres a dos y certificó así su clasificación.

Pero si hay algo que recuerdo de aquel Mundial con mucha nostalgia fue el enfrentamiento futbolístico sano que tuve con mi padre -quien murió meses después- en aquella semifinal que jugaron la República Federal de Alemania y Francia. Mi padre quería que ganaran los franceses y yo, los alemanes. Karl-Heinz Rummenigge, el eterno 11 alemán, era entonces uno de mis ídolos, a quien quería parecerme cuando jugaba al fútbol, y me gustaba el juego directo que proponía el combinado alemán, aunque he de reconocer que el centro del campo francés era pura magia con Platiní como comandante. Luego, en la final, que Italia le ganó a la República Federal Alemana por tres a uno, se repitió la historia, mi padre era italiano y yo, alemán. Con el paso del tiempo comprendí que ese Mundial me enseñó muchas cosas. Entre ellas, "que la vida hay que afrontarla con un tesón y una constancia como los derrochados por Italia en un campeonato en el que en principio nadie daba un duro por ella y que supuso que acabara superándose a sí misma hasta el punto de coronarse campeona". Un muy sabio consejo que entonces me dio mi padre y que 40 años después recuerdo con nostalgia.

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