Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Como tengo cierta edad, recuerdo la desolada aparición de Arias Navarro comunicando la muerte del caudillo. Y la cautela que se extendió sobre todos nosotros, como un ángel de trapo. Franco, en cualquier caso, me cae lejos. Menos lejos que a la mocedad parlamentaria que hoy juega al antifranquismo, habiendo nacido en democracia. Pero muy lejos, en todo caso. Ahora hemos sabido que el abuelo materno del presidente Sánchez fue un militar franquista condecorado. Y antes supimos que el ex presidente Zapatero también tuvo su abuelo franquista. Lo cual es tanto como descubrir (en un país que ha padecido una guerra civil), que España está llena de españoles. Como parece obvio, esto carece de importancia. Esto es, sencillamente, lo esperable. Lo relevante quizá lo haya dicho un antiguo ministro de Interior, don Rodolfo Martín Villa, en entrevista concedida a La Razón: “Hubiera sido deseable que los políticos de ahora se sintieran hijos de la Transición y no nietos de la Guerra Civil”. He ahí, digamos, la almendra del asunto.
Todo esta “ola de franquismo que nos invade” no pretende honrar a los muertos, sino criminalizar a los vivos. La señora Sheinbaum también usa esta estrategia cuando exige perdón (¿a quién, a los aztecas o a las tribus enemigas aliadas de Cortés?), por hechos ocurridos hace cinco siglos. Se trata de inmovilizar –o de crear– al adversario, vinculándolo a sucesos con los que no guarda relación. ¿Qué ocurrirá cuando el Gobierno de progreso descubra las simpatías fascistas de ERC durante la República, o la rendición de los gudaris vascos, a instancias del PNV, que abandonaron al ejército republicano en agosto del 37, en la conocida como “rendición de Santoña”? Cabe sospechar que no sucederá nada. El antifascismo/antifranquismo selectivo que hoy disfrutamos no tiene otra función que desautorizar al oponente actual, relacionándolo con un pasado poco admirable.
La consecuencia de esta frivolización del ayer, convertido en eslogan político, es que acabaremos con Franco transformado en icono pop y carne de camiseta. Ya ocurrió con otro entusiasta de los fusilamientos como el Che Guevara (véase su discurso en la ONU de diciembre del 64). Puesto a elegir, uno se inclina más por el respeto a la historia y a quienes supieron sobreponerse a ella, creando una obra admirable del XX europeo: la Transición española.
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